San Jenaro
Mártir
Año 305
El discípulo no es más que su
maestro. Si a mí me han perseguido también
a vosotros os perseguirán.
(Jesucristo, Jn. 15,20).
Este santo, famoso por el prodigio de
su sangre que se obra cada año en Nápoles, (Italia) era obispo de esa ciudad
cuando estalló la terrible persecución de Diocleciano. Fue hecho prisionero y
encerrado en una oscura cárcel, junto con sus diáconos y colaboradores. Los
llevaron al anfiteatro o coliseo para que fueran devorados por las fieras. Pero
estas, aunque estaban muy hambrientas, se contentaron con dar vueltas rugiendo
alrededor de ellos. Entonces la chusma pidió a gritos que les cortaran la
cabeza a estos valientes cristianos. Y así lo hicieron. Personas piadosas
recogieron un poco de la sangre de San Jenaro y la guardaron.
La fama universal de que goza San
Jenaro se debe a un milagro que se obra todos los años en Nápoles. Este milagro
se viene obrando desde hace 400 años, sin que lo hayan podido explicar ni los
sabios ni los estudiosos o investigadores. Un sacerdote expone en el altar una
ampolleta del tamaño de una pera, que contiene la sangre solidificada del
santo. La coloca frente a la urna que contiene la cabeza del santo. Todos
empiezan a rezar, y de un momento a otro la sangre que estaba sólida y negruzca
se vuelve líquida y rojiza, y crece de tamaño dentro de la vasija de vidrio
donde está. El pueblo estalla en cánticos de alegría bendiciendo a Dios.
La ciudad de Nápoles le tiene un gran
cariño a San Jenaro, porque además del prodigio de la liquefacción de la
sangre, los ha librado varias veces de las temibles erupciones del volcán
Vesubio. En 1631, millones de toneladas de lava se dirigían hacia la cuidad. El
obispo llevó en procesión la sangre de San Jenaro y la lava cambió de dirección
y la ciudad se salvó.
Señor: por la sangre de tus santos
mártires, concédenos la gracia de perseverar toda nuestra vida fieles a la
religión católica de librarnos de los estallidos de nuestras pasiones.
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