San Juan de
Avila
Misionero.
Director de Almas
(1569)
Juan
significa: "Dios es misericordioso".
San Juan de
Avila tuvo el privilegio de ser amigo y consejero de seis santos: San Ignacio
de Loyola, Santa Teresa, San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Pedro de
Alcántara y Fray Luis de Granada. Dicen que él es la figura más importante del
clero secular español del siglo 16.
Nació en el
año 1500. De una familia muy rica, al morir sus padres repartió todos sus
bienes entre los pobres y después de tres años de oración y meditación se
decidió por el sacerdocio. Estudió filosofía y teología en la Universidad de
Alcalá y allá hizo amistad con el Padre Guerrero que fue después arzobispo de
Granada y su amigo de toda la vida.
Desde el
principio de su sacerdocio demostró una elocuencia extraodinaria. El pueblo
acudía en gran número a escuchar sus sermones donde quiera que él iba a
predicar. Cada predicación la preparaba con cuatro o más horas de oración de
rodillas. A veces pasaba la noche entera ante un crucifijo o ante el Santísimo
Sacramento encomendando la predicación que iba a hacer después a la gente. Y
los resultados eran formidables. Los pecadores se convertían a montones. A sus
discípulos les decía: "Las almas se ganan con las rodillas". A uno
que le preguntaba como hacer para lograr convertir a alguna persona en cada
sermón, le dijo: "¿Y es que Ud. espera convertir en cada sermón a alguna
persona?". "No, ¡eso no!", respondió el otro. "Pues por eso
es que no los convierte", le dijo el santo, "porque para poder
obtener conversiones hay que tener fe en que sí se conseguirán conversiones.
¡La fe mueve montañas!."
A otro que
le preguntaba cuál era la principal cualidad para poder llegar a ser un buen
predicador, le respondió: "La principal cualidad es: ¡amar mucho a
Dios!".
Pidió viajar
de misionero a América del sur, pero su amigo el Arzobispo de Granada le dijo:
"Aquí en España también hay muchos a quienes misionar y evangelizar.
¡Quédese predicando entre nosotros!". Le obedeció y se dedicó a predicar
por Andalucía, por todo el sur de España. Y las conversiones que conseguía eran
asombrosas. Su predicación era fuerte. No prometía vida en paz a quienes querían
vivir en paz con sus pecados, pero animaba enormemente a todos los que deseaban
salir de su anterior vida de pecado. Un gran número de sacerdotes le seguía
para ayudarle a confesar y colaborarle en la catequesis de los niños y en la
administración de los sacramentos. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos
acudían con gusto a escucharle.
Dios le
concedió a San Juan de Avila la cualidad especialísima de ejercer un gran
ascendiente sobre los sacerdotes. Por eso el Sumo Pontífice lo ha nombrado
"Patrono de los sacerdotes españoles". Bastaba con que lo vieran
celebrar misa o le oyeran un sermón para que los sacerdotes quedaran muy
agradablemente impresionados de su modo de obrar y predicar. Y después en sus
sermones, ellos estaban allá entre el público oyéndole con gran atención. El
sabio escritor Fray Luis de Granada se colocaba cerca de él, lápiz en mano, e
iba escribiendo sus sermones. De cada sermón del santo, sacaba el material para
predicar luego diez sermones. Los sacerdotes decían que el Padre Juan de Avila
predicaba como si estuviera oyendo al mismo Dios.
Fue
reuniendo grupos de sacerdotes y por medio de hacerles meditar en la Pasión de
Jesucristo y en la Eucaristía y de rezar y recibir los sacramentos, los iba
enfervorizando y después los enviaba a predicar. Y los frutos que conseguía
eran inmenoss. Unos 30 de esos sacerdotes se hicieron después Jesuitas. Otros
colaboraron con la redforma que San Juan de la Cruz y Santa Teresa hicieron de
los padres Carmelitas y muchos más llenaron de buenas obras las parroquias con
su gran fervor.
Un día en
Granada, mientras San Juan de Avila pronunciaba un gran sermón, de pronto se
oyó en el templo un grito fortísimo. Era San Juan de Dios que había sido antes
militar y comerciante y que ahora se convertía y empezaba una vida de santidad
admirable. En adelante San Juan de Dios tendrá siempre como consejero al Padre
Juan de Avila, a quien atribuirá su conversión.
Los enemigos
y envidiosos lo acusaron de que su predicación era demasiado miedosa y de que
se proponía hacer que las gentes fueran demasiado espirituales. Y el santo fue
llevado a la cárcel y allí estuvo de 1532 a 1533. Aprovechó su prisión para
meditar más y crecer en santidad. Cuando se le reconoció su inocencia y fue
sacado de la prisión el pueblo lo ovacionó como a un héroe.
A muchas
personas les dio dirección espiritual por medio de cartas. Después reunió una
colección de esas cartas y las publicó con el título de "Oye hija" y
fue un libro muy afamado y que hizo gran bien a los lectores.
Su devoción
a la Virgen era tan grande que lo hacía exclamar: "Más preferiría vivir
sin piel, que vivir sin devoción a la Virgen María".
Fundó más de
diez colegios y ayudaba mucho a las universidades católicas. Su autoridad y su
ascendiente eran muy grandes en todas partes.
Sus últimos
17 años fueron de enormes sufrimientos por su salud que era muy deficiente. En
él se cumplía aquello que dijo Jesús: "Mi Padre, al árbol que más quiere,
más lo poda, para que produzca mayor fruto". Pero aunque sus padecimientos
eran muy intensos, no por eso dejaba de recorrer ciudades y pueblos predicando,
confesando, dando dirección espiritual y edificando a todos con su vida de gran
santidad. Tres temas le llamaban mucho la atención para predicar: la
Eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María.
Una de sus
cualidades más admirables era su gran humildad. A pesar de sus brillantes
éxitos apostólicos, siempre se creía un pobre y miserable pecador. Cuando
estaba agonizante vio que un sacerdote lo trataba con muy grande veneración y
le dijo: "Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que
he sido y nada más".
Cuando en su
última enfermedad los dolores arreciaban, apretaba el crucifijo entre sus manos
y exclamaba: "Dios mío, si sí te parece bien que suceda, está bien, ¡está
muy bien!".
El 10 de
mayo del año 1569, diciendo "Jesús y María" murió santamente. Fue
beatificado en 1894 y el Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970.
San Juan de
Avila: tú que con tus sermones lograste tantas conversiones de pecadores,
alcánzanos del Señor Dios, que también nosotros nos convirtamos.
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