VENERACIÓN
DE LA SANTA CRUZ – 03 DE MAYO
¡Salve, oh cruz, esperanza única!
Fiesta de la
Santa Cruz. Jesús, ayúdame a valorar la cruz como el regalo que Tú me ofreces
para identificarme contigo.
Jesús,
ayúdame a valorar la cruz como el regalo que Tú me ofreces para identificarme
contigo. Que no huya de ella. Dame la fortaleza para estar siempre en vela
contigo, y no abandonarte nunca.
1. LA CRUZ:
ACOGER SIN RESERVAS EL PLAN DE DIOS
La cruz no
es un producto muy cotizado en nuestros días. A inicios del tercer milenio, lo
que más se busca y anhela es el bienestar, el placer. Y sin embargo, muchas
veces nos encontramos con hombres y mujeres hastiados, incluso heridos, por la
vida. Personas que lo han disfrutado todo, lo han experimentado todo, y sin
embargo, son seres profundamente infelices.
Nos hemos
olvidado del signo del cristiano, que es la cruz. La hemos domesticado. No nos
impresiona. Incluso es un adorno para nuestras casas o nuestro cuerpo. Y
precisamente ahí, en ese olvido de la cruz, está el inicio de nuestro vacío
interior.
Cristo
enunció claramente la ley de la fecundidad en la vida: “si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda solo... pero si cae en el surco, dará mucho
fruto”(Jn, 12, 24). Pero la pura idea de pudrirnos en el surco muchas veces nos
causa miedo, desasosiego interior. Somos hijos de nuestro tiempo... pero
también somos hijos de Dios y hermanos del Crucificado...
Ahora bien,
la cruz y la abnegación en nuestra vida no pueden quedarse en poesía e ideas
abstractas. En realidad, seguir a Cristo por el camino de la cruz significa
renunciar al propio proyecto, a menudo limitado, para acoger el de Dios. Es
decir no a nuestra tendencia a lo más cómodo para acoger la invitación de
Cristo a caminar junto a Él con una vida coherente de cristianos. Es renunciar
a la “ley del mínimo esfuerzo” para vivir más bien según la “ley de la máxima
entrega”. Es aceptar la vocación que Cristo ha querido regalarme y seguirla
hasta las últimas consecuencias, aunque a veces sangre el corazón. Es el camino
de la verdadera libertad. ¿Vivo de verdad en la libertad de los hijos de Dios?
¿Qué me detiene?
La cruz y la
negación de sí mismo es el camino de la conversión indispensable para la
existencia cristiana, y por eso no debemos tenerle miedo. En la medida en que
configuremos nuestra existencia con la de Cristo, sobre todo por la oración y
el ejercicio práctico de las virtudes, podremos decir como San Pablo: “Ya no
soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí.”
2. LA CRUZ:
SIGNO DEL AMOR HASTA EL EXTREMO
Cuando
Cristo nos regala la cruz, nos obsequia la oportunidad de amar en plenitud.
Pero debemos evitar la trampa de creer que la cruz está presente en nuestra
vida sólo en los grandes momentos de dolor, como puede ser la muerte de un ser
querido, una enfermedad o un fracaso. La cruz es nuestra inseparable compañera,
porque Cristo quiere que experimentemos su amor constantemente, y que cada día
le amemos más y mejor. Ésta se manifiesta muchas veces en la fidelidad a
nuestro deber cotidiano hecho por amor.
En su última
cena, Jesucristo nos dio ejemplo e invitó a amar “hasta el extremo”. Esta
manera de amar quiere decir estar dispuestos a afrontar esfuerzos y
dificultades por Cristo. Significa que debemos olvidarnos un poco,
“desaparecer” un poco nosotros para que Cristo aparezca.
Naturalmente,
ser seguidor de Cristo nunca a sido una tarea fácil. Amar como Él nos ha amado
significa también no temer insultos ni persecuciones por nuestra vida
coherente, por nuestra fidelidad al Evangelio. La historia de la Iglesia está
jalonada por los testimonios de hombres y mujeres que han sabido amar así.
Muchos de ellos son mártires cuya sangre se ha mezclado con la de Cristo
crucificado. Pero también existen otros mártires, que son los que han
despreciado su honra, su fama, su triunfo personal antes de traicionar a
Cristo.
Finalmente,
el amor hasta el extremo que es la cruz nos exige estar dispuestos a amar a
nuestros enemigos y rogar por los que nos persigan. Ahí está, precisamente, el
núcleo de nuestro mensaje y el detonador de la revolución que ha causado la
encarnación, muerte y resurrección de Cristo: la caridad, el perdón, la entrega
sin reserva.
¿Acepto yo
la cruz en mi vida? ¿La llevo con alegría, como el medio privilegiado para amar
como Cristo me ha amado y ha amado a los hombres?
3. LA CRUZ:
GARANTÍA DE NUESTRA VICTORIA
Una de las
clásicas objeciones a la bondad de Dios, e incluso a su existencia, es la
presencia del sufrimiento en el mundo. Sin embargo, Cristo ha vencido con su
vida y, de modo especial en el misterio pascual, el sinsentido del dolor.
Cristo ha redimido el dolor porque Él mismo lo ha asumido en su pasión. En Él
nuestra debilidad, que experimentamos sobre todo al sufrir, se convierte en el
medio para nuestro triunfo.
Con relativa
frecuencia se nos acusa a los cristianos de ser masoquistas al poner tanto
interés en la cruz. Sin embargo, cuando penetramos con el corazón en el
misterio de la cruz de Cristo, nos damos cuenta de que en realidad el cristiano
no busca el sufrimiento por sí mismo, sino el amor. El dolor, por el dolor
mismo, no tiene ningún sentido. Pero el amor, si es auténtico, se manifiesta en
la entrega. Y la entrega, no de lo que nos sobra, sino de nosotros mismos casi
siempre es dolorosa.
Es sólo
Cristo, con su ejemplo, que nos muestra la fecundidad del dolor, sobre todo en
la renuncia a nosotros mismos. Esta cruz que el Señor nos ofrece cada día de
mil maneras se transforma, cuando la acogemos, en el signo del amor y del don
total. Llevarla en pos de Cristo, condición indispensable para ser sus discípulos,
quiere decir unirse a Él en el ofrecimiento de la prueba máxima de amor.
Cada quien
tiene su cruz, personal e intransferible. Y sigue siendo válido lo que se dice
que Constantino vio en el puente Milvio: “Con este signo [el de la cruz]
vencerás”.
Cuando algo
nos cuesta, disfrutamos mucho de sentirnos amados. Volcamos nuestra pena y
dolor en una persona cercana, para que nos ayude a cargar nuestra cruz. Cuando
el sufrimiento toca a nuestra puerta, es que Cristo quiere que le permitamos
descansar un poco, llevando nosotros aunque sea una astilla de su cruz, una
espina de su corona. ¿Podemos negarle amor al Amor? ¿Nos damos cuenta de que
sólo amando, entregándonos, llevando la cruz de Cristo seremos plenamente
humanos y cristianos?
Jesús mío,
que quisiste morir en la Cruz para salvarme a mí y a todos los hombres,
concédeme aceptar por tu amor la cruz del sufrimiento aquí en la tierra, ayudar
a mis hermanos a cargar la suya, de manera que podamos unirnos más íntimamente
a Ti, desaparecer nosotros para que Tú aparezcas, y gozar en el cielo los
frutos de tu redención. Amén.
Treinta días
de oración a la Reina del Cielo. A lo largo del mes de mayo, tengamos a María
presente en nuestro corazón y en nuestros hogares, entregándole un ramo de
Rosas de oración.
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