San Vicente de Paúl
Fundador
Año 1660
Vicente significa: "Vencedor,
victorioso".
Nació San Vicente en el pueblecito de
Pouy en Francia, en 1580. Su niñez la pasó en el campo, ayudando a sus padres
en el pastoreo de las ovejas. Desde muy pequeño era sumamente generoso en
ayudar a los pobres.
Los papás lo enviaron a estudiar con
los padres franciscanos y luego en la Universidad de Toulouse, y a los 20 años,
en 1600 fue ordenado de sacerdote.
Dice el santo que al principio de su
sacerdocio lo único que le interesaba era hacer una carrera brillante, pero
Dios lo purificó con tres sufrimientos muy fuertes.
1º. El Cautiverio. Viajando por el
mar, cayó en manos de unos piratas turcos los cuales lo llevaron como esclavo a
Túnez donde estuvo los años 1605, 1606 y 1607 en continuos sufrimientos.
2º. Logró huir del cautiverio y
llegar a Francia, y allí se hospedó en casa de un amigo, pero a este se le
perdieron 400 monedas de plata y le echó la culpa a Vicente y por meses estuvo
acusándolo de ladrón ante todos los que encontraba. El santo se callaba y
solamente respondía: "Dios sabe que yo no fui el que robó ese
dinero". A los seis meses apareció el verdadero ladrón y se supo toda la
verdad. San Vicente al narrar más tarde este caso a sus discípulos les decía:
"Es muy provechoso tener paciencia y saber callar y dejar a Dios que tome
nuestra defensa".
3º. La tercera prueba fue una
terrible tentación contra la fe, que aceptó para lograr que Dios librara de esa
tentación a un amigo suyo. Esto lo hizo sufrir hasta lo indecible y fue para su
alma "la noche oscura". A los 30 años escribe a su madre contándole
que amargado por los desengaños humanos piensa pasar el resto de su vida
retirado en una humilde ermita. Cae a los pies de un crucifijo, consagra su
vida totalmente a la caridad para con los necesitados, y es entonces cuando
empieza su verdadera historia gloriosa.
Hace voto o juramento de dedicar toda
su vida a socorrer a los necesitados, y en adelante ya no pensará sino en los
pobres. Se pone bajo la dirección espiritual del Padre Berule (futuro cardenal)
sabio y santo, hace Retiros espirituales por bastantes días y se lanza al
apostolado que lo va a volver famoso.
Dice el santo "Me di cuenta de
que yo tenía un temperamento bilioso y amargo y me convencí de que con un modo
de ser áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo de las almas. Y
entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme,
en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por
transformar mi carácter áspero en un modo de ser agradable". Y en verdad
que lo consiguió de tal manera, que varios años después, el gran orador
Bossuet, exclamará: "Oh Dios mío, si el Padre Vicente de Paúl es tan
amable, ¿Cómo lo serás Tú?".
San Vicente contaba a sus discípulos:
"Tres veces hablé cuando estaba de mal genio y con ira, y las tres veces
dije barbaridades". Por eso cuando le ofendían permanecía siempre callado,
en silencio como Jesús en su santísima Pasión".
Se propuso leer los escritos del
amable San Francisco de Sales y estos le hicieron mucho bien y lo volvieron
manso y humilde de corazón. Con este santo fueron muy buenos amigos.
Vicente se hace amigo del Ministro de
la marina de Francia, y este lo nombra capellán de los marineros y de los
prisioneros que trabajan en los barcos. Y allí descubre algo que no había
imaginado: la vida horrorosa de los galeotes. En ese tiempo para que los barcos
lograran avanzar rápidamente les colocaban en la parte baja unos grandes remos,
y allá en los subterráneos de la embarcación (lo cual se llama galera) estaban
los pobres prisioneros obligados a mover aquellos pesados remos, en un ambiente
sofocante, en medio de la hediondez y con hambre y sed, y azotados
continuamente por los capataces, para que no dejaran de remar.
San Vicente se horrorizó al constatar
aquella situación tan horripilante y obtuvo del Ministro, Sr. Gondi, que los
galeotes fueran tratados con mayor bondad y con menos crueldad. Y hasta un día,
él mismo se puso a remar para reemplazar a un pobre prisionero que estaba
rendido de cansancio y de debilidad. Con sus muchos regalos y favores se fue
ganando la simpatía de aquellos pobres hombres.
El Ministro Gondi nombró al Padre
Vicente como capellán de las grandes regiones donde tenía sus haciendas. Y allí
nuestro santo descubrió con horror que los campesinos ignoraban totalmente la
religión. Que las pocas confesiones que hacía eran sacrílegas porque callaban
casi todo. Y que no tenían quién les instruyera. Se consiguió un grupo de
sacerdotes amigos, y empezó a predicar misiones por esos pueblos y veredas y el
éxito fue clamoroso. Las gentes acudían por centenares y miles a escuchar los
sermones y se confesaban y enmendaban su vida. De ahí le vino la idea de fundar
su Comunidad de Padres Vicentinos, que se dedican a instruir y ayudar a las
gentes más necesitadas. Son ahora 4,300 en 546 casas.
El santo fundaba en todas partes a
donde llegaba, unos grupos de caridad para ayudar e instruir a las gentes más
pobres. Pero se dio cuenta de que para dirigir estas obras necesitaba unas
religiosas que le ayudaran. Y habiendo encontrado una mujer especialmente bien
dotada de cualidades para estas obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con
ella fundó a las hermanas Vicentinas, que son ahora la comunidad femenina más
numerosa que existe en el mundo. Son ahora 33,000 en 3,300 casas y se dedican
por completo a socorrer e instruir a las gentes más pobres y abandonadas, según
el espíritu de su fundador.
San Vicente poseía una gran cualidad
para lograr que la gente rica le diera limosnas para los pobres. Reunía a las
señoras más adineradas de París y les hablaba con tanta convicción acerca de la
necesidad de ayudar a quienes estaban en la miseria, que ellas daban cuanto
dinero encontraban a la mano. La reina (que se confesaba con él) le dijo un
día: "No me queda más dinero para darle", y el santo le respondió:
"¿Y esas joyas que lleva en los dedos y en el cuello y en las
orejas?", y ella le regaló también sus joyas, para los pobres.
Parece casi imposible que un solo
hombre haya podido repartir tantas, y tan grandes limosnas, en tantos sitios, y
a tan diversas clases de gentes necesitadas, como lo logró San Vicente de Paúl.
Había hecho juramento de dedicar toda su vida a los más miserables y lo fue
cumpliendo día por día con generosidad heroica. Fundó varios hospitales y
asilos para huérfanos. Recogía grandes cantidades de dinero y lo llevaba a los
que habían quedado en la miseria a causa de la guerra.
Se dio cuenta de que la causa
principal del decaimiento de la religión en Francia era que los sacerdotes no
estaban bien formados. Él decía que el mayor regalo que Dios puede hacer a un
pueblo es dale un sacerdote santo. Por eso empezó a reunir a quienes se preparaban
al sacerdocio, para hacerles cursos especiales, y a los que ya eran sacerdotes,
los reunía cada martes para darles conferencias acerca de los deberes del
sacerdocio. Luego con los religiosos fundados por él, fue organizando
seminarios para preparar cuidadosamente a los seminaristas de manera que
llegaran a ser sacerdotes santos y fervorosos. Aún ahora los Padres Vicentinos
se dedican en muchos países del mundo a preparar en los seminarios a los que se
preparan para el sacerdocio.
San Vicente caminaba muy agachadito y
un día por la calle no vio a un hombre que venía en dirección contraria y le
dio un cabezazo. El otro le dio un terrible bofetón. El santo se arrodilló y le
pidió perdón por aquella su falta involuntaria. El agresor averiguó quien era
ese sacerdote y al día siguiente por la mañana estuvo en la capilla donde le
santo celebraba misa y le pidió perdón llorando, y en adelante fue siempre su
gran amigo. Se ganó esta amistad con su humildad y paciencia.
Siempre vestía muy pobremente, y
cuando le querían tributar honores, exclamaba: "Yo soy un pobre pastorcito
de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad, pero sigo siendo siempre
un campesino simplón y ordinario".
En sus últimos años su salud estaba
muy deteriorada, pero no por eso dejaba de inventar y dirigir nuevas y
numerosas obras de caridad. Lo que más le conmovía era que la gente no amaba a
Dios. Exclamaba: "No es suficiente que yo ame a Dios. Es necesario hacer
que mis prójimos lo amen también".
El 27 de septiembre de 1660 pasó a la
eternidad a recibir el premio prometido por Dios a quienes se dedican a amar y
hacer el bien a los demás. Tenía 80 años.
El Santo Padre León XIII proclamó a
este sencillo campesino como Patrono de todas las asociaciones católicas de
caridad.
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