Clara de Asís
Santa Clara de Asís (en italiano:
Chiara d'Assisi; Asís, Italia, 16 de julio de 1193 – ídem, 11 de agosto de
1253), religiosa y santa italiana. Seguidora fiel de san Francisco de Asís, con
el que fundó la segunda orden franciscana o de hermanas clarisas, Clara se
preciaba de llamarse “humilde planta del bienaventurado Padre Francisco”.1
Después de abandonar su antigua vida de noble, se estableció en el monasterio
de San Damiano hasta su muerte.
Clara fue la primera y única mujer en
escribir una regla de vida religiosa para mujeres. En su contenido y en su
estructura se aleja de las tradicionales reglas monásticas. Sus restos mortales
descansan en la cripta de la Basílica de santa Clara de Asís.
Fue canonizada un año después de su
fallecimiento, por el papa Alejandro IV.
Infancia y familia
Clara nació en Asís en 1194,
probablemente el 16 de julio. Hija mayor del matrimonio de Favorino de Scifi y
Ortolana, la cual era descendiente de una ilustre familia de Sterpeto, los
Eiumi. Ambas familias pertenecían a la más augusta aristocracia de Asís,2
Favorino tenía el título de Conde de Sasso–Rosso. Clara tenía cuatro hermanos,
un varón, Boson, y tres mujeres, Renenda, Inés y Beatriz.
Ortolana era una mujer de mucha
virtud y piedad cristiana, y era devota de hacer largas peregrinaciones a Bari,
Santiago de Compostela y Tierra Santa. Dice la tradición que antes de nacer
Clara, el Señor le reveló en oración que la alumbraría de una brillante luz que
habría de iluminar al mundo entero, y fue por eso que la niña recibió en el
bautismo el nombre de Clara, el cual encierra dos significados, resplandeciente
y célebre.
La niña Clara creció en el palacio
fortificado de la familia, cerca de la Puerta Vieja. Se dice que desde su más
corta edad sobresalió en virtud, se mortificaba duramente usando ásperos
cilicios de cerdas y rezaba todos los días tantas oraciones que tenía que
valerse de piedrecillas para contarlas.
Cuando cumplió los 15 años, sus
padres la prometieron en matrimonio a un joven de la nobleza, a lo que ella se
resistió respondiendo que se había consagrado a Dios y había resuelto no
conocer jamás a hombre alguno.
Conversión
Por esa fecha había vuelto de Roma,
con autoridad pontificia para predicar, el joven Francisco, cuya conversión tan
hondamente había conmovido a la ciudad entera. Clara le oyó predicar en la
iglesia de San Rufino y comprendió que el modo de vida observada por el Santo
era el que a ella le señalaba el Señor.
Entre los seguidores de Francisco
había dos, Rufino y Silvestre, que eran parientes cercanos de Clara, y estos le
facilitaron el camino a sus deseos. Así un día acompañada de una de sus
parientes, a quien la tradición atribuye el nombre de Bona Guelfuci, fue a ver
a Francisco. Este había oído hablar de ella, por medio de Rufino y Silvestre, y
desde que la vio tomó una decisión: «quitar del mundo malvado tan precioso
botín para enriquecer con él a su divino Maestro».3 Desde entonces Francisco
fue el guía espiritual de Clara.
La noche después del Domingo de Ramos
de 1212, Clara huyó de su casa y se encaminó a la Porciúncula; allí la
aguardaban los frailes menores con antorchas encendidas. Habiendo entrado en la
capilla, se arrodilló ante la imagen del Cristo de san Damián y ratificó su
renuncia al mundo «por amor hacia el santísimo y amadísimo Niño envuelto en
pañales y recostado sobre el pesebre».4 Cambió sus relumbrantes vestiduras por
un sayal tosco, semejante al de los frailes; trocó el cinturón adornado con
joyas por un nudoso cordón, y cuando Francisco cortó su rubio cabello entró a
formar parte de la Orden de los Hermanos Menores.
Clara prometió obedecer a san
Francisco en todo. Luego, fue trasladada al convento de las benedictinas de San
Pablo.
Cuando sus familiares descubrieron su
huida y paradero fueron a buscarla al convento. Tras la negativa rotunda de
Clara a regresar a su casa, se trasladó a la iglesia de San Ángel de Panzo,
donde residían unas mujeres piadosas, que llevaban vida de penitentes.
Inicio de las clarisas[editar]
Seis o diez días después de la huida
de Clara, otra de sus hermanas, Inés, huyó también a la iglesia de San Ángel a
compartir con su hermana el mismo régimen de vida. Más tarde fue a reunírseles
su otra hermana, Beatriz, y ya en san Damián, unos años más tarde, Ortolana, su
madre.
Clara e Inés pronto abandonaron el
beaterio de San Ángel. Así Francisco habló con los camaldulenses del monte
Subasio, que antes habían donado a la nueva Orden la Porciúncula, los cuales le
ofrecieron cederles la iglesia de San Damián y la casa anexa, que serían desde
ese momento la casa de Clara durante 41 años hasta su muerte.
En aquel convento de San Damián,
germinó y se desenvolvió la vida de oración, de trabajo, de pobreza y de
alegría, virtudes del carisma franciscano. Por esa fecha el estilo de vida de
Clara y sus hermanas llamó fuertemente la atención y el movimiento creció
rápidamente. La condición requerida para admitir una postulante en San Damián
era la misma que pedía Francisco en la Porciúncula: repartir entre los pobres
todos los bienes.
El convento no podía recibir donación
alguna, pero debía permanecer inquebrantable para siempre. Los medios de vida
de las monjas eran el trabajo y la limosna. Mientras unas hermanas trabajaban
dentro del claustro otras iban a mendigar de puerta en puerta. Clara, cuando
las hermanas volvían de mendigar, las abrazaba y las besaba en los pies.
San Francisco escribió poco después
la norma de vida para las hermanas y, por medio del Santo, obtuvieron del papa
Inocencio III la confirmación de esta regla en 1215, pues ese año, por orden
expresa de Francisco, aceptó Clara el título de abadesa de San Damián. Hasta
entonces Francisco había sido jefe y director de las dos órdenes, pero después
que el Papa les aprobó la regla, las monjas debían de tener una superiora que
las gobernase.
La vida diaria en San Damián
Clara, a pesar de ser superiora,
tenía la costumbre de servir la mesa y brindar agua a las religiosas para que
lavasen sus manos, y cuidaba solícitamente de ellas. Cuentan que se levantaba
todas las noches a verificar si alguna religiosa estaba destapada. Francisco
muchas veces le envió enfermos a San Damián y Clara los sanaba con sus
cuidados.
Ni aún estando enferma, lo que era
frecuente, omitía el trabajo manual. Así se dedicaba a bordar corporales, en la
misma cama, que mandaba a las iglesias pobres de las montañas del valle.
Así como en el trabajo era ejemplo
para las religiosas, lo era también en la vida de oración. Después de las
completas, último oficio del día, permanecía largo rato sola, en la iglesia
ante el Crucifijo que habló a San Francisco. Allí rezaba el “Oficio de la
Cruz”, que había compuesto Francisco. Estas prácticas no le impedían levantarse
por la mañana muy temprano, para levantar a las hermanas, encender las lámparas
y tocar la campana para la misa primera.
Según la leyenda, una vez fue el Papa
a San Damián; Santa Clara hizo preparar las mesas y poner el pan en ellas, para
que el Santo padre lo bendijera. El Papa pidió a la santa que fuera ella quien
lo hiciera, a lo que Clara se opuso rotundamente. El Papa la instó por santa
obediencia a que hiciera la señal de la cruz sobre los panes y los bendijera en
el nombre de Dios. Santa Clara, como verdadera hija de obediencia, bendijo muy devotamente
aquellos panes con la señal de la cruz, y al instante apareció en todos los
panes la señal de la cruz.
Su cama, en los inicios, eran haces
de sarmiento con un tronco de madera por almohada; después la cambió en un
pedazo de cuero y un áspero cojín; por orden de Francisco se redujo a dormir
después en un jergón de paja.
En los ayunos de Adviento, Cuaresma y
de San Martín, Clara no se alimentaba sino tres días en la semana, y solo con
pan y agua. Para reemplazar la mortificación corporal observó por largo tiempo
la práctica de usar a raíz del cuerpo una camisa de cuero de cerdo con la parte
velluda hacia dentro.
Estando una vez Clara gravemente
enferma en la solemnidad de la Natividad de Cristo, fue transportada
milagrosamente a la iglesia de San Francisco y así pudo asistir a todo el
oficio de los maitines y de la misa de medianoche, y además pudo recibir la
sagrada comunión; después fue llevada de nuevo a su cama
Fortaleza espiritual
Clara, ante Francisco, se manifestaba
débil y necesitaba consuelo y aliento pero en medio de sus hermanas era la
madre revestida de fortaleza para defenderlas y protegerlas.
Federico II mantenía una guerra
contra el Papa y lanzó a los Estados Pontificios arqueros mahometanos, sobre
los que no tenían ningún poder las excomuniones del Papa. En 1230, desde la
cima de la fortaleza de Nocera, a corta distancia de Asís, los sarracenos
cayeron sobre el valle de Espoleto y fueron a embestir el convento de San
Damián. La entrada de los musulmanes en el monasterio significaba para las
monjas no solo la muerte, sino probablemente la violación. Todas, asustadas, se
acogieron en torno a Clara, quien se encontraba postrada en la cama debido a
una gravísima enfermedad. Ella se hizo trasladar a la puerta del convento,
mandó que le trajeran el cáliz de plata en el que se reservaba el Santísimo
Sacramento y cayó de rodillas delante de Él, pidiendo el amparo del cielo para
sí y sus hijas. Cuenta la leyenda que del cáliz salió una voz como de un niño
que le dijo: “Yo os guardaré siempre”,6 tras lo cual se alzó de la oración. En
ese mismo instante los sarracenos levantaron el sitio del monasterio y se
fueron a otra parte.
Cuatro años más tarde, en junio de
1234, un milagro parecido, las tropas de Federico, capitaneadas por Vital de
Aversa,atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus
monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron
sin saber por qué. Este acontecimiento es celebrado siempre por los asisienses
como fiesta nacional.
Otra muestra de su fortaleza se
manifestó en la lucha que sostuvo por años con el papa Gregorio IX a trueque de
sostener la integridad del voto de pobreza. El pontífice quería convencerla que
aceptara algunos bienes para el convento, como lo hacían las demás órdenes
religiosas. A tal punto llegó la disputa que el Papa llegó a decirle que si
ella se creía ligada por su voto, él tenía el poder y la obligación de
desatárselo, a lo que ella replicó: “Santísimo Padre, desatadme de mis pecados,
mas no de la obligación de seguir a Nuestro Señor Jesucristo”. Sólo dos días
antes de morir vino a obtener Clara, de Inocencio IV y a perpetuidad, el
derecho de ser y permanecer siempre pobre.
Muerte de la Santa
El verano del 1253 vino a Asís el
papa Inocencio IV para ver a Clara, la cual se encontraba postrada en su lecho.
Ella le pidió la bendición apostólica y la absolución de sus pecados, y el Sumo
Pontífice contestó: «Quiera el cielo, hija mía, que tenga yo tanta necesidad
como tú de la indulgencia de Dios». Cuando Inocencio se retiró dijo Clara a sus
hermanas: «Hijas mías, ahora más que nunca debemos darle gracias a Dios,
porque, sobre recibirle a Él mismo en la sagrada hostia, he sido hallada digna
de recibir la visita de su Vicario en la tierra».
Desde aquel día las monjas no se
separaron de su lecho, incluso Inés, su hermana, viajó desde Florencia para
estar a su lado. En dos semanas la santa no pudo tomar alimento, pero las
fuerzas no le faltaban.
Cuenta la historia que estando en el
más hondo dolor, dirigió su mirada hacia la puerta de la habitación, y he aquí
que ve entrar una procesión de vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en
sus cabezas coronas de oro. Marchaba entre ellas una que deslumbraba más que
las otras, de cuya corona, que en su remate presenta una especie de incensario
con orificios, irradia tanto esplendor que convertía la noche en día luminoso
dentro de la casa; era la Bienaventurada Virgen María. Se adelantó la Virgen
hasta el lecho donde yacía Clara, e inclinándose amorosamente sobre ella, le
dio un abrazo.
Murió el 11 de agosto, rodeada de sus
hermanas y de los frailes León, Ángel y Junípero. De ella se dijo: «Clara de
nombre, clara en la vida y clarísima en la muerte».
La noticia de la muerte de la
religiosa conmovió de inmediato, con impresionante resonancia, a toda la
ciudad. Acudieron en tropel los hombres y las mujeres al lugar. Todos la
proclamaban santa y no pocos, en medio de las frases laudatorias, rompían a
llorar. Acudió el podestá con un cortejo de caballeros y una tropa de hombres
armados, y aquella tarde y toda la noche hicieron guardia vigilante en torno a
los restos mortales de Clara. Al día siguiente, llegó el Papa en persona con
los cardenales, y toda la población se encaminó hacia San Damián. Era justo el
momento en que iban a comenzar los oficios divinos y los frailes iniciaban el
de difuntos; cuando, de pronto, el Papa dijo que debía rezarse el oficio de las
vírgenes, y no el de difuntos, como si quisiera canonizarla antes aún de que su
cuerpo fuera entregado a la sepultura. Sin embargo, el obispo de Ostia le
observó que en esta materia se ha de proceder con prudente demora, y se celebró
por fin la misa de difuntos.
Muy pronto comenzaron a llegar
verdaderas multitudes de peregrinos al lugar donde yacía la religiosa,
popularizándose una oración a ella dedicada: «Verdaderamente santa,
verdaderamente gloriosa, reina con los ángeles la que tanto honor recibe de los
hombres en la tierra. Intercede por nosotros ante Cristo, tú, que a tantos
guiaste a la penitencia, a tantos a la vida».
Al cabo de pocos días, su hermana
Inés siguió a Clara a la muerte.
Representación y patronazgos
Tradicionalmente se representa a
santa Clara con el hábito propio de las clarisas. Este consiste en un sayal
marrón y un velo negro, sujeto con el tradicional cordón de tres nudos de cuyo
cinturón sale un rosario.
Los atributos tradicionales de la
Santa son la custodia y el báculo. La primera derivada del enfrentamiento a las
tropas sarracenas en 1230, siendo la primera vez que se la representó con este
atributo en un fresco de San Damiano, actualmente bastante deteriorado, en el
cual se ve a Santa Clara con el Santísimo Sacramento enfrentándose resoluta a
los sarracenos que huyen despavoridos. El báculo proviene de haber sido Santa
Clara abadesa mitrada.
Otro atributo característico lo
constituye el lirio, flor que representa la pureza y la virginidad. En el
cuerpo incorrupto de la Santa, expuesto en la Basílica de santa Clara de Asís,
la Santa sostiene entre sus manos un lirio de metal precioso. Por su parte, en
el escudo de las clarisas, lirio y báculo se entrecruzan en sotuer (forma de
X).
El 17 de febrero de 1958, el papa Pío
XII declaró a santa Clara patrona de la televisión y de las telecomunicaciones.
También es patrona de los clarividentes, de los orfebres y del buen tiempo,
motivo por el cual desde la Edad Media existe la tradición de que las novias ofrezcan
huevos a santa Clara para que no llueva el día de su boda.
Aparte de la basílica con su nombre
en Asís, tiene santuarios importantes en Nápoles y Bari, en Italia, en la
ciudad californiana nombrada en su honor y en la ciudad de Santa Clara, provincia
de Villa Clara, en Cuba, de cuya diócesis es patrona.
Bajo su patronazgo se encuentran seis
ciudades argentinas, una mexicana, una salvadoreña y una española, más las dos
ya mencionadas.
Oración a Santa Clara de Asís
Gloriosísima virgen y dignísima madre
Santa Clara, espejo clarísimo de santidad y pureza, base firme de la más pura
fe, incendio de perfecta caridad y erario riquísimo de todas las virtudes. Por
todos los favores con que el Divino Esposo os colmó, y la especial prerrogativa
de haber hecho vuestra alma trono de su infinita grandeza, alcánzanos de la
inmensa piedad que limpia nuestras almas de las manchas y de las culpas, y
destituidas de todo efecto terreno, sean templo digno de su habitación.
También te suplicamos por la paz y la
unidad de la Iglesia Católica, para que se conserve en su unidad de fe,
santidad y costumbres que la hacen incontrastable ante los esfuerzos de sus
enemigos.
Y si fuese para mayor gloria de Dios
y bien espiritual mío cuanto pido por esta oración, vos como madre y protectora
presentad mis deseos en el despacho divino, pues yo confío en vuestra bondad
infinita que por vuestros méritos alcanzaré cuanto pido por esta oración, para
su mayor honra y gloria. Amén.
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