Santo Domingo de Guzmán
Fundador
Año 1221.
Domingo significa: "Consagrado
al Señor".
El fundador de los Padres Dominicos,
que son ahora 6,800 en 680 casas en el mundo, nació en Caleruega, España, en
1171. Su madre, Juana de Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido
declarada Beata. Lo educó en la más estricta formación religiosa.
A los 14 años se fue a vivir con un
tío sacerdote en Palencia en cuya casa trabajaba y estudiaba. La gente decía
que en edad era un jovencito pero que en seriedad parecía un anciano. Su goce
especial era leer libros religiosos, y hacer caridad a los pobres.
Por aquel tiempo vino por la región
una gran hambre y las gentes suplicaban alguna ayuda para sobrevivir. Domingo
repartió en su casa todo lo que tenía y hasta el mobiliario. Luego, cuando ya
no le quedaba nada más con qué ayudar a los hambrientos, vendió lo que más
amaba y apreciaba, sus libros (que en ese tiempo eran copiados a mano y
costosísimos y muy difíciles de conseguir) y con el precio de la venta ayudó a
los menesterosos. A quienes lo criticaban por este desprendimiento, les decía:
"No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en
mi casa algo con lo cual podía socorrerlos".
En un viaje que hizo, acompañando a
su obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían
invadido regiones enteras y estaban haciendo un gran mal a las almas. Y el
método que los misioneros católicos estaban empleando era totalmente
inadecuado. Los predicadores llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y
secretarios, y se hospedaban en los mejores hoteles, y su vida no era
ciertamente un modelo de la mejor santidad. Y así de esa manera las
conversiones de herejes que conseguían, eran mínimas. Domingo se propuso un
modo de misionar totalmente diferente.
Vio que a las gentes les impresionaba
que el misionero fuera pobre como el pueblo. Que viviera una vida de verdadero
buen ejemplo en todo. Y que se dedicara con todas sus energías a enseñarles la
verdadera religión. Se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total
pobreza, y con una santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar
con grandes éxitos apostólicos.
Sus armas para convertir eran la
oración, la paciencia, la penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los
ignorantes en religión. Cuando algunos católicos trataron de acabar con los
herejes por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran,
les dijo: "Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La
oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes
se van a conmover y a volver mejores por que nos ven muy elegantemente
vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los corazones".
Domingo llevaba ya diez años
predicando al sur de Francia y convirtiendo herejes y enfervorizando católicos,
y a su alrededor había reunido un grupo de predicadores que él mismo había ido
organizando e instruyendo de la mejor manera posible. Entonces pensó en formar
con ellos una comunidad de religiosos, y acompañado de su obispo consultó al
Sumo Pontífice Inocencio III.
Al principio el Pontífice estaba
dudoso de si conceder o no el permiso para fundar la nueva comunidad religiosa.
Pero dicen que en un sueño vio que el edificio de la Iglesia estaba ladeándose
y con peligro de venirse abajo y que llegaban dos hombres, Santo Domingo y San
Francisco, y le ponían el hombro y lo volvían a levantar. Después de esa visión
ya el Papa no tuvo dudas en que sí debía aprobar las ideas de nuestro santo.
Y cuentan las antiguas tradiciones
que Santo Domingo vio en sueños que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre
el mundo, pero que la Virgen Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras
iban a interceder ante Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un
desconocido, vestido casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando orando
en el templo vio llegar al que vestía como un mendigo, y era nada menos que San
Francisco de Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo: "Los dos tenemos que
trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios". Y desde hace siglos
ha existido la bella costumbre de que cada año, el día de la fiesta de San
Francisco, los Padres dominicos van a los conventos de los franciscanos y
celebran con ellos muy fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo
Domingo, los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen
juntos una alegre celebración de buenos hermanos.
En agosto de 1216 fundó Santo Domingo
su Comunidad de predicadores, con 16 compañeros que lo querían y le obedecían
como al mejor de los padres. Ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés.
Los preparó de la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la
nueva comunidad tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya
los conventos de los dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en
las grandes universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia.
El gran fundador le dio a sus
religiosos unas normas que les han hecho un bien inmenso por muchos siglos. Por
ejemplo estas:
Primero contemplar, y después
enseñar. O sea: antes dedicar mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y
meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí dedicarse a
predicar con todo el entusiasmo posible.
Predicar siempre y en todas partes.
Santo Domingo quiere que el oficio principalísimo de sus religiosos sea
predicar, catequizar, tratar de propagar las enseñanzas católicas por todos los
medios posibles. Y él mismo daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba
la mayor parte de su tiempo en predicar y enseñar catecismo.
La experiencia le había demostrado
que las almas se ganan con la caridad. Por eso todos los días pedía a Nuestro
Señor la gracia de crecer en el amor hacia Dios y en la caridad hacia los demás
y tener un gran deseo de salvar almas. Esto mismo recomendaba a sus discípulos
que pidieran a Dios constantemente.
Los santos han dominado su cuerpo con
unas mortificaciones que en muchos casos son más para admirar que para imitar.
Recordemos algunas de las que hacía este hombre de Dios.
Cada año hacía varias cuaresmas, o
sea, pasaba varias temporadas de a 40 días ayunando a pan y agua.
Siempre dormía sobre duras tablas.
Caminaba descalzo por caminos irisados de piedras y por senderos cubiertos de
nieve. No se colocaba nada en la cabeza ni para defenderse del sol, ni para
guarecerse contra los aguaceros. Soportaba los más terribles insultos sin
responder ni una sola palabra. Cuando llegaban de un viaje empapados por los
terribles aguaceros mientras los demás se iban junto al fuego a calentarse un
poco, el santo se iba al templo a rezar. Un día en que por venganza los
enemigos los hicieron caminar descalzos por un camino con demasiadas
piedrecitas afiladas, el santo exclamaba: "la próxima predicación tendrá
grandes frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos". Y así
sucedió en verdad. Sufría de muchas enfermedades, pero sin embargo seguía
predicando y enseñando catecismo sin cansarse ni demostrar desánimo.
Era el hombre de la alegría, y del
buen humor. La gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus
compañeros decían: "De día nadie más comunicativo y alegre. De noche,
nadie más dedicado a la oración y a la meditación". Pasaba noches enteras
en oración.
Era de pocas palabras cuando se
hablaba de temas mundanos, pero cuando había que hablar de Nuestro Señor y de
temas religiosos entonces sí que charlaba con verdadero entusiasmo.
Sus libros favoritos eran el
Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Siempre los llevaba consigo
para leerlos día por día y prácticamente se los sabía de memoria. A sus
discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día sin leer alguna página del
Nuevo Testamento o del Antiguo.
Los que trataron con él afirmaban que
estaban seguros de que este santo conservó siempre la inocencia bautismal y que
no cometió jamás un pecado grave.
Totalmente desgastado de tanto
trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios a principios de agosto del año
1221 se sintió falto de fuerzas, estando en Bolonia, la ciudad donde había
vivido sus últimos años. Tuvieron que prestarle un colchón porque no tenía. Y
el 6 de agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por los agonizantes
cuando le decían: "Que todos los ángeles y santos salgan a
recibirte", dijo: "¡Qué hermoso, qué hermoso!" y expiró.
A los 13 años de haber muerto, el
Sumo Pontífice lo declaró santo y exclamó al proclamar el decreto de su canonización:
"De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de
San Pedro y San Pablo".
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