eata María de la Encarnación
Madre de familia
Año 1618
Beata María de la
EncarnaciónHe aquí una madre de seis hijos, que se dio el gusto de poder llevar
a su país tres nuevas comunidades religiosas, y de llegar a tener tres hijas
religiosas y un hijo sacerdote, además de dos hijos muy buenos católicos y padres
de familia.
Nació en París en 1565 de
noble familia. Sus padres deseaban mucho tener una hija y después de bastantes
años de casados no la habían tenido. Prometieron consagrarla a la Sma. Virgen y
Dios se la concedió. Tan pronto nació la consagraron a Nuestra Señora y poco
después fueron al templo a dar gracias públicamente a Dios por tan gran regalo.
De jovencita deseaba mucho
ser religiosa, pero sus padres, por ser la única hija, dispusieron que debería
contraer matrimonio. Ella obedeció diciendo: "Si no me permiten ser esposa
de Cristo, al menos trataré de ser una buena esposa de un buen cristiano".
Y en verdad que lo fue.
A sus seis hijos los educaba
con tanto esmero especialmente en lo espiritual que la gente decía:
"Parece que los estuviera preparando para ser religiosos".
Su esposo Pedro Acarí, un
joven abogado, que ocupaba un alto puesto en el Ministerio de Hacienda del
gobierno, era muy piadoso y caritativo y ayudaba con gran generosidad
especialmente a los católicos que tenían que huir de Inglaterra por la
persecución de la Reina Isabel. Pero como todo ser humano, Don Pedro tenía
también fuertes defectos que hicieron sufrir bastante a nuestra santa. Pero
ella los soportaba con singular paciencia.
A quienes le preguntaban si a
sus hijos los estaba preparando para que fueran religiosos, ella les respondía:
"Los estoy preparando para que cumplan siempre y en todo de la mejor
manera la voluntad de Dios".
El Sr. Acarí pertenecía a la
Liga Católica y este partido fue derrotado y quedó de rey Enrique IV, el cual
desterró a los jefes de la Liga y les confiscó todos sus bienes. De un momento
a otro la señora de Acarí quedaba sin esposo y sin bienes y con seis hijitos
para sostener. Pero ella no era mujer débil para dejarse derrotar por las
dificultades. Personalmente asumió ante el gobierno la defensa de su marido y
obtuvo que levantaran el destierro y que le devolvieran parte de los bienes que
le habían quitado. Y llegó a ganarse la admiración y el aprecio del mismo rey
Enrique IV.
Desde los primeros años de su
matrimonio dispuso llevar una vida de mucha piedad en su hogar. Al personal de
servicio le hacía rezar ciertas oraciones por la mañana y por la noche, y a la
vez que les prestaba toda clase de ayudas materiales, se preocupaba mucho
porque cada uno cumpliera muy bien sus deberes para con Dios. Se asoció con una
de sus sirvientas para rezar juntas, corregirse mutuamente en sus defectos,
leer libros piadosos y ayudarse en todo lo espiritual.
La bondad de su corazón
alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos, visitaba enfermos, ayudaba a
los que pasaban situaciones económicas difíciles, asistía a los agonizantes,
instruía a los que no sabían bien el catecismo, trataba de convertir a los
herejes, a los que habían pasado a otras religiones y favorecía a todas las
comunidades religiosas que le era posible. Su marido a veces se disgustaba al
verla tan dedicada a tantas actividades religiosas y caritativas, pero después
bendecía a Dios por haberle dado una esposa tan santa.
La señora de Acarí se hizo amiga
de una mujer mundana la cual empezó a tratar en sus charlas de temas profanos,
y al iniciarla en lecturas de novelas y de escritos no piadosos. Esto la enfrió
mucho en su piedad. Afortunadamente su esposo se dio cuenta y la previno contra
el peligro de esa amistad y de esas lecturas y empezó a llevarle los libros
escritos por Santa Teresa, y estos libros la transformaron completamente. Otra
lectura que la conmovió profundamente fue la de las Confesiones de San Agustín.
Una frase de este santo que la movió a dedicarse totalmente a Dios fue la
siguiente: "Muy pobre y miserable es el corazón que en vez de contentarse
con tener a Dios de amigo, se dedica a buscar amistades que sólo le dejan
desilusión".
Santa Teresa de AvilaMuere su
esposo y ella puede ahora dedicarse con más exclusividad a las labores
espirituales. Arregla todo de la mejor manera para que sus hijos sigan
recibiendo la mejor educación posible y ella dirige todos sus esfuerzos a una
labor que le ha sido confiada en una visión.
Un día mientras está orando,
después de haber leído unas páginas de la autobiografía de Santa Teresa, siente
que ésta santa se le aparece y le dice: "Tú tienes que esforzarte por que
mi comunidad de las carmelitas logre llegar a Francia". Desde esa fecha la
Señora Acarí se dedica a conseguir los permisos para que las Carmelitas puedan
entrar a su país. Pero las dificultades que se le presentan son muy grandes.
Hay leyes que prohiben la llegada de nuevas comunidades. Habla con el rey y con
el arzobispo, pero cuando todo parece ya estar listo, de nuevo se les prohibe
la entrada. Una nueva aparición de Santa Teresa viene a recomendarle que no se
canse de hacer gestiones para que las religiosas carmelitas puedan entrar a
Francia, porque esta comunidad va a hacer grandes labores espirituales en ese
país. Por sus ruegos el Padre Berule (el futuro Cardenal Berule) se va a España
y obtiene que preparen un grupo de carmelitas para enviar a París. Y mientras
tanto la Sra. Acarí sigue en la capital haciendo gestiones para conseguirles
casa y por obtener todos los permisos del alto gobierno.
Nuestra santa no es de las
que se quedan con los brazos cruzados. Sabe que a París ha llegado el famoso
obispo San Francisco de Sales a predicar una gran serie de sermones y lo invita
a su casa y este santo apóstol que es admirador incondicional de los escritos
de Santa Teresa se le convierte en su mejor aliado y habla con las más altas
personalidades y le ayuda a conseguir los permisos que necesitan. Otro que les
ayudó mucho fue el abad de los Cartujos, que era su confesor. Y entre todos
logran conseguir del Papa Clemente VIII un decreto permitiendo la entrada de
las hermanas a Francia. Un ideal conseguido. En 1604 llegaron a París las
primeras hermanas Carmelitas. Iban dirigidas por dos religiosas que después
serían beatas: la beata Ana de Jesús y la Madre Ana de San Bartolomé. La señora
de Acarí con sus tres hijas las estaba esperando en las puertas de la ciudad, y
con ellas lo mejor de la sociedad. Y cantando el salmo 116: "Alabad al
Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos", entraron al pueblo
para dar gracias y luego las acompañaron a la casa que les tenían preparada.
Poco después las tres hijas de la señora Acarí se hicieron monjas carmelitas y
luego lo será ella también.
La comunidad de las
carmelitas estaba destinada a hacer un gran bien en Francia por muchos siglos y
a tener santas famosas como por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús.
La beata de la cual estamos
hablando en esta biografía tiene la especialidad de haber sido una de las
monjas más especiales que ha tenido la Iglesia Católica. Madre de seis hijos
(tres religiosas carmelitas, un sacerdote y dos casados) viuda, dama de la alta
sociedad y termina siendo humilde monjita en un convento donde su propia hija
es la superiora. No es un caso tan fácil de repetirse.
Después de conseguirles
muchas novicias a las hermanas carmelitas y de ayudarles a fundar tres
conventos en Francia y de haber tenido el gusto de que sus tres hijas se
hicieran monjas carmelitas, pidió ella también ser aceptada como hermanita
legal en uno de los conventos. Y allí se dedicó a los oficios más humildes y a
obedecer en todo como la más sencilla de las novicias. Al ser nombrada su hija
como superiora del convento, la mamá de rodillas le juró obediencia.
Los últimos años de la
hermana María de la Encarnación (nombre que tomó en la comunidad) fueron de
profunda vida mística y de frecuentes éxtasis. Dios le revelaba importantes
verdades. Estas elevaciones espirituales, ahora en la vida del convento las
podía gozar mucho más tranquilamente. Santa Teresa en una tercera aparición le
anunció que ella también llegaría a pertenecer a su comunidad de hermanas
carmelitas y esto la animó a hacer la petición para entrar a la santa
comunidad. Desde que se hizo religiosa su ilusión era pasar escondida y en silencio,
cumpliendo con la mayor exactitud los reglamentos de la congregación. Las
monjitas empezaron pronto a presenciar sus éxtasis y les parecía que esta
venerable señora era ante Dios como una niñita sencilla, pura y obediente que
tenía su cuerpo acá en la tierra pero que ya su espíritu vivía más en el cielo
que en este mundo.
En abril de 1618 enfermó
gravemente y quedó medio paralizada. No se cansaba de bendecir a Dios por todas
las misericordias que le había regalado en su vida. A una hija que lloraba al
sentir que se iba a morir le decía: "Pero hija, ¿te entristeces porque me
marcho a una patria mucho mejor que esta?". Y su lecho de muerte se
convierte en cátedra desde donde enseña a todas la santidad. Sin cesar
recomienda a quienes la visitan que no se apeguen a los goces de la tierra que
son tan pasajeros y que se esfuercen por conseguir los goces del cielo que son
eternos.
Las hermanas le preguntan:
"¿Le va pedir a Dios que le revele la fecha de su muerte?", y
responde: -"No, yo lo que le pido a Nuestro Señor es que tenga
misericordia de mí en esta hora final". Otra le pregunta: "¿Qué le
pedirá a Dios al llegar al cielo? - Le pediré que en todo y en todas partes se
haga siempre la voluntad de su querido Hijo Jesucristo". El 16 de abril de
1618 tiene un éxtasis y al final de él una monjita le pregunta: "¿Qué
hacía hermana durante este rato?" Y le responde: "Estaba hablando con
mi buen Padre, Dios". Luego con una suave sonrisa se quedó muerta.
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