Arzobispo
Mártir
Año 1170
Quiera Dios
que también los jefes actuales de la Santa Iglesia Católica en todos los sitios
del mundo, prefieran perder bienes, dignidades y hasta la propia vida, con tal
de permanecer fieles a nuestra santísima religión hasta la muerte.
Jesus en la CruzEste mártir que entregó su
vida por defender los derechos de la religión católica, nació en Londres en
1118.
Era hijo de
un empleado oficial, y en sus primeros años fue educado por los monjes del
convento de Merton. Después tuvo que trabajar como empleado de un comerciante,
al cual acompañaba los días de descanso a hacer largas correrías dedicados a la
cacería. Desde entonces adquirió su gran afición por los viajes aunque fueran
por caminos muy difíciles.
Un día
persiguiendo una presa de cacería, corrió con tan gran imprudencia que cayó a
un canal que llevaba el agua para mover un molino. La corriente lo arrastró y
ya iba a morir triturado por las ruedas, cuando, sin saber cómo ni por qué, el
molino se detuvo instantáneamente. El joven consideró aquello como un aviso
para tomar la vida más en serio.
A los 24
años consiguió un puesto como ayudante del Arzobispo de Inglaterra (el de
Canterbury) el cual se dio cuenta de que este joven tenía cualidades
excepcionales para el trabajo, y le fue confiando poco a poco oficios más
difíciles e importantes. Lo ordenó de diácono y lo encargó de la administración
de los bienes del arzobispado. Lo envió varias veces a Roma a tratar asuntos de
mucha importancia, y así Tomás llegó a ser el personaje más importante, después
del arzobispo, en aquella iglesia de Londres. Monseñor afirmaba que no se
arrepentía de haber depositado en él toda su confianza, porque en todas las
responsabilidades que se le encomendaban se esmeraba por desempeñarlas lo mejor
posible.
Dicen los
que lo conocieron que Santo Tomás Becket era delgado de cuerpo, semblante
pálido, cabello oscuro, nariz larga y facciones muy varoniles. Su carácter
alegre lo hacía atractivo y agradable en su conversación. Sumamente franco,
trataba de decir siempre la verdad y de no andar fingiendo lo que no sentía,
pero siempre con el mayor respeto. Sabía expresar sus ideas de manera tan
clara, que a la gente le gustaba oírle explicar los asuntos de religión porque
se le entendía todo fácilmente y bien.
Tomás como
buen diplomático había obtenido que el Papa Eugenio Tercero se hiciera muy
amigo del rey de Inglaterra, Enrique II, y este en acción de gracias por tan
gran favor, nombró a nuestro santo (cuando sólo tenía 36 años) como Canciller o
Ministro de Relaciones Exteriores. Tomás puso todas sus cualidades al servicio
de tan alto cargo, y llegó a ser el hombre de confianza del rey. Este no hacía
nada importante sin consultarle. Su presencia en el gobierno contribuyó a que
dictaran leyes muy favorables para el pueblo. Acompañaba a Enrique II en todas
sus correrías por el país y por el exterior (pues Inglaterra tenía amplias
posesiones en Francia) y procuraba que en todas partes quedara muy en alto el
nombre de su gobierno. Y no tenía miedo en corregir también al monarca cuando veía
que se estaba extralimitando en sus funciones. Pero siempre de la manera más
amigable posible.
En el 1161
murió el Arzobispo Teobaldo, y entonces al rey le pareció que el mejor
candidato para ser arzobispo de Inglaterra era Tomás Becket. Este le advirtió
que no era digno de tan sublime cargo. Que su genio era violento y fuerte, y
que tomaba demasiado en serio sus responsabilidades y que por eso podía tener
muchos problemas con el gobierno civil si lo nombraban jefe del gobierno
eclesiástico. Pero su confesor decía: "En su vida privada es intachable, y
sabe mantener una gran dignidad aún en ocasiones peligrosas y en tentaciones de
toda especie". Y un Cardenal de mucha confianza del Sumo Pontífice lo
convenció de que debía aceptar, y al fin aceptó.
Cuando el
rey empezó a insistirle en que aceptara el oficio de Arzobispo, Santo Tomás le
hizo una profecía o un anuncio que se cumplió a la letra. Le dijo así: "Si
acepto ser Arzobispo me sucederá que el rey que hasta ahora es mi gran amigo,
se convertirá en mi gran enemigo". Enrique no creyó que fuera a suceder
así, pero sí sucedió.
Ordenado de
sacerdote y luego consagrado como Arzobispo, pidió a sus ayudantes que en
adelante le corrigieran con toda valentía cualquier falta que notaran en él.
Les decía: "Muchos ojos ven mejor que dos. Si ven en mi comportamiento
algo que no está de acuerdo con mi dignidad de arzobispo, les agradeceré de
todo corazón si me lo advierten".
Desde que
fue nombrado arzobispo (por el Papa Alejandro III) la vida de Tomás cambió por
completo. Se levantaba muy al amanecer. Luego dedicaba una hora a la oración y
a la lectura de la S. Biblia. Después del desayuno estudiaba otra hora con un
doctor en teología, para estar al día en conocimientos religiosos. Cada día
repartía el personalmente las limosnas a muchísimos pobres que llegaban al
Palacio Arzobispal. Muy pronto ya los pobres que allí recibían ayuda, eran el
doble de los que antes iban a pedir limosna.
Cada día
tenía algunos invitados a su mesa, pero durante las comidas, en vez de música
escuchaba la lectura de algún libro religioso. Casi todos los días visitaba
algunos enfermos del hospital. Examinaba rigurosamente la conducta y la
preparación de los que deseaban ser sacerdotes, y a los que no estaban bien
preparados o no habían hecho los estudios correspondientes no los dejaba
ordenarse de sacerdotes, aunque llegaran con recomendaciones del mismo rey.
Tomás había
dicho al rey cuando este le propuso el arzobispado: "Ya verá que los
envidiosos tratarán de poner enemistades entre nosotros dos. Además el poder
civil tratará de imponer leyes que vayan contra la Iglesia Católica y no podré
aceptar eso. Y hasta el mismo rey me pedirá que yo le apruebe ciertos
comportamientos suyos, y me será imposible hacerlo". Esto se fue
cumpliendo todo exactamente.
El rey se
propuso ponerles enormes impuestos a los bienes de la Iglesia Católica. El
arzobispo se opuso totalmente a ello, y desde entonces el cariño de Enrique
hacía su antiguo canciller Tomás, se apagó casi por completo. Luego pretendió
el rey imponer un fuerte castigo a un sacerdote. El arzobispo se opuso, diciendo
que al sacerdote lo juzga su superior eclesiástico y no el poder civil. La
rabia del mandatario se encendió furiosamente. Enrique redactó una ley en la
cual la Iglesia quedaba casi totalmente sujeta al gobierno civil. El arzobispo
exclamó: "No permita Dios que yo vaya jamás a aprobar o a firmar semejante
ley". Y no la aceptó. ¡Nueva rabia del rey! Enseguida este se propuso que
en adelante sería el gobierno civil quien nombrara para ciertos cargos
eclesiásticos. Tomás se le opuso terminantemente. Resultado: tuvo que salir del
país.
Tomás se fue
a Francia a entrevistarse con el Papa Alejandro III y pedirle que lo
reemplazara por otro en este cargo tan difícil. "Santo Padre le digo yo
soy un pobre hombre orgulloso. Yo no fui nunca digno de este oficio. Por favor:
nombre a otro, y yo terminaré mis días dedicado a la oración en un
convento". Y se fue a estarse 40 días rezando y meditando en una casa de
religiosos.
Pero el
Pontífice intervino y obtuvo que entre Enrique y Tomás hicieran las paces. Y
así volvió a Inglaterra. Sin embargo, el problema peor estaba por llegar.
Después de
seis años de destierro y cuando ya le habían sido confiscados por el rey todos
sus bienes y los de sus familiares, el arzobispo Tomás regresó a Inglaterra el
1º de diciembre con el título de "Delegado del Sumo Pontífice". El
trayecto desde que desembarcó hasta que llegó a su catedral de Canterbury fue
una marcha triunfal. Las gentes aglomeradas a lo lago de la vía lo aclamaban.
Las campanas de todas las iglesias repicaban alegremente y parecía que la hora
de su triunfo ya había llegado. Pero era otra clase de triunfo distinta la que
le esperaba en ese mes de diciembre. La del martirio.
Como él
mismo lo había anunciado, los envidiosos empezaron a llevar cuentos y cuentos
al rey contra el arzobispo. Y dicen que un día en uno de sus terribles
estallidos de cólera, Enrique II exclamó: "No podrá haber más paz en mi
reino mientras viva Becket. ¿Será que no hay nadie que sea capaz de suprimir a
este clérigo que me quiere hacer la vida imposible?".
Al oír
semejante exclamación de labios del mandatario, cuatro sicarios se fueron donde
el santo arzobispo resueltos a darle muerte. Estaba él orando junto al altar
cuando llegaron los asesinos. Era el 29 de diciembre de 1170. Lo atacaron a
cuchilladas. No opuso resistencia. Murió diciendo: "Muero gustoso por el
nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia Católica". Tenía apenas 52
años.
Se llama
apoteosis la glorificación y gran cantidad de honores que se rinden a una
persona. La noticia del asesinato de un arzobispo recorrió velozmente Europa
causando horror y espanto en todas partes. El Papa Alejandro III lanzó
excomunión contar el rey Enrique, el cual profundamente arrepentido duró dos
años haciendo penitencia y en el año 1172 fue reconciliado otra vez con su
religión y desde entonces se entendió muy bien con las autoridades
eclesiásticas. El mártir Tomás consiguió después de su muerte, esto que no
había logrado obtener durante su vida.
Tres años
después el Sumo Pontífice lo declaró santo, a causa de su martirio y por los
muchos milagros que se obraban en su sepulcro.
Dos
personajes con nombres de Tomás, ocuparon el cargo de Canciller en Inglaterra,
junto con dos reyes de nombre Enrique. Y ambos fueron martirizados por defender
a la santa Iglesia Católica. Santo Tomás Becket, martirizado por deseos de
Enrique II y Santo Tomás Moro, martirizado por orden del impío rey Enrique
VIII.