Conmemoración
de la Entrada
del Señor en
Jerusalén
En este día
la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar
su misterio pascual. Por esa razón, en todas las misas se hace memoria de esta
entrada del Señor: por la procesión o entrada solemne antes de la misa
principal, o por la entrada simple antes de las restantes misas.
El Domingo
de Ramos
La liturgia
de este día expresa por medio de dos ceremonias, una de alegría y otra de
tristeza, los dos aspectos del misterio de la Cruz.
Se trata
primero de la bendición y procesión de las Palmas en que todo respira un santo
júbilo, el cual nos permite, aún después
de veinte siglos, revivir la escena grandiosa de la entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén.
Luego viene
la Misa, cuyos cantos y lecturas se relacionan exclusivamente con el doloroso
recuerdo de la Pasión del Salvador.
Bendición de
los Ramos y Procesión.
En
Jerusalén, y en el siglo IV, se leía en este domingo, y en el lugar mismo en
que se realizó, el relato evangélico que nos pinta a Cristo aclamado por las
turbas como rey de Israel, y tomando posesión de la capital de su reino. Y, en
efecto, Jerusalén era imagen del reino de la Jerusalén celestial.
Luego, el
obispo cabalgando sobre un jumento, iba desde la cima del Monte de los Olivos
hasta la Iglesia de la Resurrección, rodeado de la muchedumbre que llevaba en
la mano ramos y cantaba himnos y
antífonas.
Semejante
ceremonia iba precedida de la lectura del paso del Éxodo, relativo a la salida de Egipto. El pueblo de Dios,
acampado a la sombra de las palmeras, junto a las doce fuentes en que Moisés
les prometió el maná, era figura del pueblo cristiano que corta ramas de
palmeras y manifiesta que su Rey, Jesús, viene a liberar las almas del pecado y
a conducirlas a las fuentes bautismales para alimentarlas después con el Maná
eucarístico.
La iglesia
romana, al adoptar uso tan bello hacia el siglo IX, añadió los ritos de la
bendición de los Ramos. En esa bendición, la Iglesia implora sobre « los que moran en las habitaciones en que se
guardan, la salud del alma y cuerpo ».
Este cortejo
de cristianos que, con palmas en la mano y entonando triunfantes hosannas,
aclama todos los años en el mundo entero y a través de todas las generaciones
la realeza de Cristo.
« Viendo por la fe ese hecho y su
significación roguemos al Señor que, lo que aquél pueblo hizo exteriormente,
nosotros lo cumplamos también espiritualmente, ganando la victoria sobre el
demonio ».
Conservemos
religiosamente en nuestras casas uno de los ramos bendecidos. Este sacramental
nos alcanzará gracias, por virtud de la oración de la Iglesia, y afinazará
nuestra fe en Jesús vencedor del pecado y de la muerte.
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