San Eulogio
de Córdoba
Arzobispo
(año 859)
Cristo ReyEulogio significa: el que habla bien
(Eu = bien, logios = hablar).
Dicen que
San Eulogio es la mayor gloria de España en el siglo noveno. Vivió en la ciudad
de Córdoba, que estaba ocupada por los musulmanes o mahometanos, los cuales
solamente permitían ira misa a los que pagaban un impuesto especial por cada
vez que fueran al templo, y castigaban con pena de muerte al que hablara en
público de Jesucristo, fuera del templo.
Nació el año
800 de una familia que se conservaba fervientemente católica en medio de la
apostasía general cuando la mayoría de los católicos había abandonado la fe por
miedo al gobierno musulmán. Este santo será el que logrará renovar el fervor
por la religión católica en su ciudad y los alrededores.
Su abuelo,
que se llamaba también Eulogio, lo enseñó desde pequeño a que cada vez que el
reloj de la torre daba las horas, dijera una pequeña oración, por ejemplo:
"Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven a prisa a socorrerme".
Tuvo por
maestro a uno de los más grandes sabios de su tiempo, al famoso Esperaindeo, el
cual lo formó muy bien en filosofía y otras ciencias. Como compañeros de
estudios tuvo a Pablo Alvarez, el cual fue siempre su gran amigo y escribió más
tarde la vida de San Eulogio con todos los detalles que logró ir coleccionado.
Su biógrafo
lo describe así en su juventud: "Era muy piadoso y muy mortificado.
Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la
Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan
humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las
opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no
lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de
todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos,
casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo
llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus
conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de
casas religiosas en España".
Ordenado de
sacerdote se fue a trabajar con un grupo de sacerdotes y pronto empezó a
sobresalir por su gran elocuencia al predicar, y por el buen ejemplo de su
santa conducta. Dice su biógrafo: "Su mayor afán era tratar de agradar
cada día más y más a Dios y dominar las pasiones de su cuerpo". Decía
confidencialmente: "Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me
atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me
espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el
cielo, abrumado por el peso de mi conciencia".
Eulogio era
un gran lector y por todas partes iba buscando y consiguiendo nuevos libros
para leer él y prestar a sus amigos. Logró obtener las obras de San Agustín y
de varios otros grandes sabios de la antigüedad (cosa que era dificilísimo en
esos tiempos en que los libros se copiaban a mano, y casi nadie sabía leer ni
escribir) y nunca se guardaba para él solo los conocimientos que adquiría.
Trataba de hacerlos llegar al mayor número posible de amigos y discípulos.
Todos los creyentes de Córdoba, especialmente sacerdotes y religiosos se fueron
reuniendo alrededor de Eulogio.
En el año
850 estalló la persecución contra los católicos de Córdoba. El gobierno musulmán
mandó asesinar a un sacerdote y luego a un comerciante católico. Los creyentes
más fervorosos se presentaron ante el alcalde de la ciudad para protestar por
estas injusticias, y declarar que reconocían como jefe de su religión a
Jesucristo y no a Mahoma. Enseguida los mandaron torturar y los hicieron
degollar. Murieron jóvenes y viejos, en gran número. Algunos católicos que en
otro tiempo habían renegado de la fe por temor, ahora repararon su falta de
valor y se presentaron ante los perseguidores y murieron mártires.
Algunos más
flojos decían que no había que proclamar en público las creencias, pero San
Eulogio se puso al frente de los más fervorosos y escribió un libro titulado
"Memorial de los mártires", en el cual narra y elogia con entusiasmo
el martirio de los que murieron por proclamar su fe en Jesucristo.
A dos
jóvenes católicas las llevaron a la cárcel y las amenazaron con terribles
deshonras si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy desanimadas. Lo supo
San Eulogio y compuso para ellas un precioso librito: "Documento
martirial", y les aseguró que el Espíritu Santo les concedería un valor
que ellas nunca habían imaginado tener y que no les permitiría perder su honor.
Las dos jóvenes proclamaron valientemente su fe en Jesucristo y le escribieron
al santo que en el cielo rogarían por él y por los católicos de Córdoba para
que no desmayaran de su fe. Fueron martirizada y pasaron gloriosamente de esta
vida a la eternidad feliz.
El gobierno
musulmán mandó a Eulogio a la cárcel y él aprovechó esos meses para dedicarse a
meditar, rezar y estudiar. Al fin logra salir de la cárcel, pero encuentra que
el gobierno ha destruido los templos, ha acabado con la escuela donde él
enseñaba y que sigue persiguiendo a los que creen en Jesús.
Eulogio
tiene que pasar diez años huyendo de sitio en sitio, por la ciudad y por los
campos. Pero va recogiendo los datos de los cristianos que van siendo
martirizados y los va publicando, en su "Memorial de los mártires".
En el año
858 murió el Arzobispo de Toledo y los sacerdotes y los fieles eligieron a
Eulogio para ser el nuevo Arzobispo. Pero el gobierno se opuso. Algo más
glorioso le esperaba en seguida: el martirio.
Había en
Córdoba una joven llamada Lucrecia, hija de mahometanos, que deseaba vivir como
católica, pero la ley se lo prohibía y quería hacerla vivir como musulmana.
Entonces ella huyó de su casa y ayudada por Eulogio se refugió en casa de
católicos. Pero la policía descubrió dónde estaba y el juez decretó pena de
muerte para ella y para Eulogio.
Llevado
nuestro santo al más alto tribunal de la ciudad, uno de los fiscales le dijo:
"Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo
comprendemos. Pero Tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la
ciudad, no debes ira sí a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu
religión, y así salvarás tu vida". A lo cual Eulogio respondió: "Ah,
si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra
fe en Cristo, no sólo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu
dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente
que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor
Jesucristo".
Un soldado
le abofeteó la mejilla derecha y nuestro santo le presentó la mejilla izquierda
y fue nuevamente abofeteado. Luego lo llevaron al lugar de suplicio y le
cortaron la cabeza. Poco después martirizaron también a Santa Lucrecia.
San Eulogio:
¡Consíguenos un gran entusiasmo por nuestra religión!.
Dichosos
vosotros cuando os persigan y os traten mal por causa de la religión. Alegraos
porque grande será vuestro premio en el reino de los cielos (Jesucristo Mt. 5).
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