San Marino
pertenecía a una noble familia de Cesarea de Palestina y se había distinguido
en el ejército. Iba a ser condecorado con el emblema de centurión, cuando uno
de sus rivales objetó que no tenía derecho a aspirar a esa dignidad pues era
cristiano y no podía ofrecer sacrificios al Emperdor. Al ser interrogado por el
gobernador Aqueo, Marino se confesó servidor de Cristo y ante su negativa de adorar
a las divinidades paganas, fue ejecutado inmediatamente. San Astirio, un
senador romano que gozaba del favor del emperador asistió al martirio de
Marino, envolvió el cadáver en su propia capa, se lo echó sobre los hombros y
le dio cristiana sepultura. Cuando el gobernador se enteró de lo sucedido,
interrogó a Astirio y al confesarse cristiano, fue condenado al martirio.
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