Santa Rufina
y Santa Segunda nacieron en Roma bajo el emperador Valeriano, que llevaría a
cabo una terrible persecución contra los cristianos. Eran jóvenes. Estaban
prometidas con sus novios, llamados Armentario y Verino.
Ellos eran
también cristianos, pero apostataron de su fe en el Señor Jesús por miedo a la
muerte. Consiguieron de la autoridades el libelo, un documento especial para
estos casos.
Pensaban que
iban a hacer como ellos. Las dos chicas tuvieron que salir de Roma porque sus
prometidos se pusieron muy pesados y eran un incordio continuo.
Se marcharon
a Etri, en donde había una finca de recreo. Era un chalet a las afueras de la
gran urbe.
Sus novios
las descubrieron y las denunciaron ante el gobernador Aequesilao.
Ante su
presencia, con todo el amor del mundo y naciendo de nuevo, ratificaron que eran
cristianas. Y sin ningún juicio, les cortaron las cabezas tal día como hoy del
año 257.
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