(año 1233)
Asunción de la Santísima Virgen MaríaEran
siete amigos, comerciantes de la ciudad de Florencia, Italia.
Sus nombres:
Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan.
Pertenecían
a una asociación de devotos de la Virgen María, que había en Florencia, y poco
a poco fueron convenciéndose de que debían abandonar lo mundano y dedicarse a
la vida de santidad. Vendieron sus bienes, repartieron el dinero a los pobres y
se fueron al Monte Senario a rezar y a hacer penitencia. La idea de irse a la
montaña a santificarse, les llegó el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la
Sma. Virgen, y la pusieron en práctica el 8 de septiembre, día del nacimiento
de Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto propagar la devoción a la Madre de
Dios y confiarle a Ella todos sus planes y sus angustias. A tan buena Madre le
encomendaron que les ayudara a convertirse de sus miserias espirituales y que
bendijera misericordiosamente sus buenos propósitos. Y dispusieron llamarse
"Siervos de María" o "Servitas".
En el monte
Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha oración, pero un día recibieron
la visita del Sr. Cardenal delegado del Sumo Pontífice, el cual les recomendó
que no se debilitaran demasiado con penitencias excesivas, y que más bien se
dedicaran a estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar
y a propagar el evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes,
menos Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como
simple hermano, y fue el último de todos en morir.
Un Viernes
Santo recibieron de la Sma. Virgen María la inspiración de adoptar como
Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San Agustín, que por ser muy
llena de bondad y de comprensión, servía para que se pudieran adaptar a ella
los nuevos aspirantes que quisieran entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y
pronto esta asociación religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener
cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades y pueblos y campos
evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino
de la santidad. Su especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la
cual les conseguía maravillosos favores de Dios.
El más
anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16 años.
Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la
oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado
de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza
sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como
superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un
viernes, mientras predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor.
Estaba leyendo aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un
fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23,
46). El Padre Juan al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su
cabeza y quedó muerto muy santamente.
Lo reemplazó
el tercero en edad, el cual, después de gobernar con mucho entusiasmo a la
comunidad y de hacerla extender por diversas regiones, murió con fama de santo.
El cuarto,
que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al morir se
sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios religiosos
vieron que de la habitación del difunto salía una luz brillante y subía al
cielo.
De los fundadores,
Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una grande y santísima
amistad. Juntos se prepararon para el sacerdocio y mutuamente se animaban y
corregían. Después tuvieron que separarse para irse cada uno a lejanas regiones
a predicar. Cuando ya eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para
una reunión general de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su
vejez y por el largo viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus
antiguos y bellos tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos
beneficios que les había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio
se fueron a acostar cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San Felipe
Benicio, vio en sueños que la Virgen María venía a la tierra a llevarse dos
blanquísimas azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana supo la
noticia de que los dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y se dio
cuenta de que Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el
Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y
que en tan santa amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos
buenísimos hermanos.
El último en
morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110 años. De él dijo uno
que lo conoció: "Cuando yo llegué a la Comunidad, solamente vivía uno de
los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus labios oímos la
historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan santa que servía a
todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de santos los otros seis
compañeros". El hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.
Que estos
Santos Fundadores nos animen a aumentar nuestra devoción a la Virgen Santísima
y a no cansarnos nunca de propagar la devoción a la Madre de Dios.
Recuerda la
historia de los padres antiguos. ¿quién confió en Dios y fue abandonado por Él?
(S. Biblia. Eclesiástico).
No hay comentarios:
Publicar un comentario