Jueves
de la Octava de Pascua
Hch 3, 11-26
Sl 8
Lc 24, 35-48
Oración colecta
"Oh Dios, que has reunido
pueblos diversos en la confesión de tu nombre, concede a los que han renacido
en la fuente bautismal, una misma fe en su espíritu y una misma caridad en su
vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
Dios, que ha reunido pueblos diversos
en la confesión de su Nombre, concede a todos los que han renacido en la fuente
bautismal, una misma fe en su espíritu y una misma caridad en su vida.
Él nunca nos abandona. Después de su Resurrección, sigue
acompañándonos y enseñándonos como debe ser nuestro esfuerzo cotidiano por ser
santos.
El Buen Pastor, nunca deja a sus
ovejas, y esta vez nos lo confirma al salir al encuentro de sus queridos y
temerosos amigos, mostrándoles las marcas de la dolorosa y gloriosa cruz,
comiendo ante ellos y abriendo sus corazones para que comprendan lo que las
Escrituras decían de su Muerte y Resurrección.
De las Catequesis de Jerusalén
El Bautismo es signo visible de la
Pasión de Cristo
Fuisteis conducidos a la sagrada
piscina bautismal, del mismo modo que Cristo fue llevado desde la cruz al
sepulcro preparado.
Y se os preguntó a cada uno
personalmente si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Y, después de haber hecho esta saludable profesión de fe, fuisteis
sumergidos por tres veces en el agua, y otras tantas sacados de ella; y con
ello significasteis de un modo simbólico los tres días que estuvo Cristo en el
sepulcro.
Porque, así como nuestro Salvador
estuvo tres días con sus noches en el vientre de la tierra, así vosotros
imitasteis con la primera emersión el primer día que estuvo Cristo en el
sepulcro, y con la inmersión imitasteis la primera noche. Pues, del mismo modo
que de noche no vemos nada y, en cambio, de día nos hallamos en plena luz, así
también cuando estabais sumergidos nada veíais, como si fuera de noche, pero al
salir del agua fue como si salierais a la luz del día. Y, así, en un mismo
momento moristeis y nacisteis, y aquella agua salvadora fue para vosotros, a la
vez, sepulcro y madre.
Y lo que Salomón decía, en otro orden
de cosas, a vosotros os cuadra admirablemente; decía, en efecto: Tiene su
tiempo el nacer y su tiempo el morir. Mas con vosotros sucedió al revés: tiempo
de morir y tiempo de nacer; un mismo instante realizó en vosotros ambas cosas:
la muerte y el nacimiento.
¡Oh nuevo e inaudito género de cosas!
No hemos muerto, ni hemos sido sepultados físicamente, ni hemos resucitado
después de ser crucificados en el sentido material de estas palabras, sino que
hemos llevado a cabo unas acciones que eran imagen e imitación de estas cosas,
obteniendo con ello una salvación real y verdadera.
Cristo verdaderamente fue
crucificado, fue sepultado y resucitó; y todo esto se nos ha dado a nosotros
como un don gratuito, para que, siendo por la imitación partícipes de sus
dolores, adquiramos, de un modo real, nuestra salvación .
¡Oh exuberante amor para con los
hombres! Cristo recibió los clavos en sus inmaculados pies y manos, y
experimentó el dolor; y a mí, sin dolor ni esfuerzo alguno, se me da
gratuitamente la salvación por la comunicación de sus dolores.
Nadie piense, pues, que el bautismo
consiste únicamente en el perdón de los pecados y en la gracia de la adopción
como era el caso del bautismo de Juan, que confería tan sólo el perdón de los
pecados, sino que, como bien sabemos, el bautismo de Cristo no sólo nos
purifica de nuestros pecados y nos otorga el don del Espíritu Santo, sino que
también es tipo y signo sensible de su pasión. En este sentido exclamaba el
apóstol Pablo: Cuantos en el bautismo fuimos sumergidos en Cristo Jesús fuimos
sumergidos en su muerte. Por nuestro bautismo fuimos, pues, sepultados con él,
para participar de su muerte.
Tomado de serviciocatolico.com
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