Miércoles de la Octava de
Pascua
Hch 3, 1-10
Sl 104
Lc 24, 13-35
Oración
colecta
"Oh
Dios, que todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del
Señor, concédenos, a través de la celebración de estas fiestas, llegar un día a
la alegría eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén."
La Liturgia
de hoy nos invita a introducirnos en el encuentro del Señor Jesús Resucitado
con los Discípulos de Emaús. Este pasaje
es un apasionante programa de vida cristiana, en el que el mismo Señor
victorioso sale al encuentro del hombre desesperanzado, y lo invita a vivir un
horizonte pleno y hermoso.
El
Resucitado, les enseña las Escrituras y comparte el pan y el vino, trocando la
tristeza que agobiaba sus corazones en alegría y gozo.
De una
Homilía pascual de un autor antiguo
Esta página
se ha tomado de una homilía que algunos atribuyeron a San Ambrosio. Tal
atribución no puede sostenerse pero la pieza es antigua, de la época
patrística.
El apóstol
Pablo, recordando la dicha de la salvación restaurada, exclama: Del mismo modo
que por Adán la muerte entró en el mundo, así también por Cristo ha sido
restablecida la salvación en el mundo; y también: El primer hombre, hecho de
tierra, era terreno; el segundo es del cielo.
Y aun añade:
Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, esto es, del hombre viejo,
pecador, seremos también imagen del hombre celestial, esto es, del reconocido
por Dios, del redimido, del restaurado. Esforcémonos, por tanto, en conservar
la salvación que nos viene de Cristo, ya que el mismo Apóstol dice: Primero,
Cristo, esto es, el autor de la resurrección y la vida; después, los de Cristo,
esto es, los que, imitando el ejemplo de su vida íntegra, tendrán una esperanza
cierta, basada en la resurrección del Señor, de la futura posesión de la misma
gloria celestial que él posee, como dice el mismo Señor en el Evangelio: El que
me sigue no perecerá, sino que pasará de la muerte a la vida.
Así, pues,
la pasión del Salvador es la salvación de la vida humana. Para esto quiso morir
por nosotros, para que nosotros, creyendo en él, viviéramos para siempre. Quiso
hacerse como nosotros en el tiempo, para que nosotros, alcanzando la eternidad
que él nos promete, viviéramos con él para siempre.
Éste, digo,
es aquel don gratuito de los misterios celestiales, esto es, lo que nos da la
Pascua, esto significa la ansiada solemnidad anual, éste es el principio de la
nueva creación.
Por esto los
neófitos que la santa Iglesia ha dado a luz mediante el baño de vida hacen
resonar los balidos de una conciencia inocente con sencillez de recién nacidos.
Por esto unos castos padres y unas madres honestas alcanzan por la fe una nueva
e innumerable progenie.
Por esto,
bajo el árbol de la fe, brilla el resplandor de los cirios en la fuente
bautismal inmaculada. Por esto los que han nacido a esta nueva vida son
santificados con el don celestial y alimentados con el solemne misterio del
sacramento espiritual.
Por esto la
comunidad de los fieles, alimentada en el regazo maternal de la Iglesia,
formando un solo pueblo, adora al Dios único en tres personas, cantando el
salmo de la festividad por excelencia: Éste es el día en que actuó el Señor:
sea él nuestra alegría y nuestro gozo.
¿De qué día
se trata? De aquel que nos da el principio de vida, que es el origen y el autor
de la luz, esto es, el mismo Señor Jesucristo, quien afirma de sí mismo: Yo soy
el día; quien camina de día no tropieza, esto es, quien sigue a Cristo en todo
llegará, siguiendo sus huellas, hasta el trono de la luz eterna; según aquello
que él mismo pidió al Padre por nosotros, cuando vivía aún en su cuerpo mortal:
Padre, quiero que todos los que han creído en mí estén conmigo allí donde yo
esté,- para que, así como tú estás en mí y yo en ti, estén ellos en nosotros.
Tomado de
serviciocatolico.com
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