Sábado
de la Octava de Pascua
Hch 4, 13-21
Sl 117
Mc 16, 9-15
Oración colecta
"Oh Dios, que con la abundancia
de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los
que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han nacido por
el bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
Dios, que con la abundancia de su
gracia no cesa de aumentar el número de sus hijos, mira con amor a los que ha
elegido como miembros de su Iglesia, para que, renacidos por el bautismo,
obtengamos también la resurrección gloriosa.
El Señor Jesús Resucitado una vez más
aparece a sus apóstoles, corrigiendo su incredulidad, y exhortándolos a salir
por todo el mundo y anunciar su Evangelio a todas las personas.
De las Catequesis de Jerusalén
El pan celestial y la bebida de
salvación
Jesús, el Señor, en la noche en que
iba a ser entregado, tomó a pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias,
lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: «Tomad y comed, esto es mi
cuerpo.» Y tomando el cáliz, después de pronunciar la Acción de Gracias, dijo:
«Tomad y bebed, ésta es mi sangre. » Por tanto, si él mismo afirmó del pan:
Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo
afirmó: Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su
sangre?
Por esto hemos de recibirlos con la
firme convicción de que son el cuerpo y sangre de Cristo. Se te da el cuerpo
del Señor bajo el signo de pan, y su sangre bajo el signo de vino; de modo que
al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo te haces concorpóreo y consanguíneo suyo.
Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros
miembros su cuerpo y sangre.
Así, como dice San Pedro, nos hacemos
participantes de la naturaleza divina.
En otro tiempo, Cristo, disputando
con los judíos, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis
vida en vosotros. Pero, como ellos entendieron estas palabras en un sentido
material, se hicieron atrás escandalizados, pensando que los exhortaba a comer
su carne.
En la antigua alianza había los panes
de la proposición; pero, como eran algo exclusivo del antiguo Testamento, ahora
ya no existen. Pero en el nuevo Testamento hay un pan celestial y una bebida de
salvación, que santifican el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan
es apropiado al cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la
naturaleza del alma.
Por lo cual, el pan y el vino
eucarísticos no han de ser considerados como meros y comunes elementos
materiales, ya que son el cuerpo y la sangre de Cristo, como afirma el Señor;
pues, aunque los sentidos nos sugieren lo primero, hemos de aceptar con firme
convencimiento lo que nos enseña la fe.
Adoctrinados e imbuidos de esta fe
certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor
sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino,
aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo; respecto a
lo cual hallamos la antigua afirmación del salmo: El pan da fuerzas al corazón
del hombre y el aceite da brillo a su rostro. Da, pues, fuerzas a tu corazón,
comiendo aquel pan espiritual, y da brillo así al rostro de tu alma.
Ojalá que con el rostro descubierto y
con la conciencia limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo,
vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea el
honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Tomado de serviciocatolico.com
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