Matilde significa: "valiente en
la batalla"
Era descendiente del famoso guerrero
Widukind e hija del duque de Westfalia. Desde niña fue educada por las monjas
del convento de Erfurt y adquirió una gran piedad y una fortísima inclinación
hacia la caridad para con los pobres.
Muy jóven se casó con Enrique, duque
de Sajonia (Alemania). Su matrimonio fue excepcionalmente feliz. Sus hijos
fueron: Otón primero, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; San
Bruno, Arzobispo de Baviera; Gernerga, esposa de un gobernante; y Eduvigis,
madre del famoso rey francés, Hugo Capeto.
Su esposo Enrique obtuvo resonantes
triunfos en la lucha por defender su patria, Alemania, de las invasiones de
feroces extranjeros. Y él atribuía gran parte de sus victorias a las oraciones
de su santa esposa Matilde.
Enrique fue nombrado rey, y Matilde
al convertirse en reina no dejó sus modos humildes y piadosos de vivir. En el
palacio real más parecía una buena mamá que una reina, y en su piedad se
asemejaba más a una religiosa que a una mujer de mundo. Ninguno de los que
acudían a ella en busca de ayuda se iba sin ser atendido.
Era extraordinariamente generosa en
repartir limosnas a los pobres. Su esposo casi nunca le pedía cuentas de los
gastos que ella hacía, porque estaba convencido de que todo lo repartía a los
más necesitados. Tampoco se disgustaba por las frecuentes prácticas de piedad a
que ella se dedicaba, la veía tan bondadosa y tan fiel que estaba convencido de
que Dios estaba contento de su santo comportamiento.
Después de 23 años de matrimonio
quedó viuda, al morir su esposo Enrique. Cuando supo la noticia de que él había
muerto repentinamente de un derrame cerebral, ella estaba en el templo orando.
Inmediatamente se arrodilló ante el Santísimo Sacramento y ofreció a Dios su
inmensa pena y mandó llamar a un sacerdote para que celebrara una misa por el
descanso eterno del difunto. Terminada la misa, se quitó todas sus joyas y las
dejó como un obsequio ante el altar, ofreciendo a Dios el sacrificio de no
volver a emplear joyas nunca más.
Su hijo Otón primero fue elegido
emperador, pero el otro hermano Enrique, deseaba también ser jefe y se declaró
en revolución. Otón creyó que Matilde estaba de parte de Enrique y la expulsó
del palacio. Ella se fue a un convento a orar para que sus dos hijos hicieran
las paces. Y lo consiguió. Enrique fue nombrado Duque de Baviera y firmó la paz
con Otón. Pero entonces a los dos se les ocurrió que todo ese dinero que
Matilde afirmaba que había gastado en los pobres, lo tenía guardado. Y la
sometieron a pesquisas humillantes. Pero no lograron encontrar ningún dinero.
Ella decía con humor: "Es verdad que se unieron contra mí, pero por lo
menos se unieron".
Y sucedió que a Enrique y a Otón
empezó a irles muy mal y comenzaron a sucederles cosas muy desagradables.
Entonces se dieron cuenta de que su gran error había sido tratar tan mal a su
santa madre. Y fueron y le pidieron humildemente perdón y la llevaron otra vez
a palacio y le concedieron amplia libertad para que siguiera repartiendo
limosnas a cuantos le pidieran.
Ella los perdonó gustosamente. Y le
avisó a Enrique que se preparara a bien morir porque le quedaba poco tiempo de
vida. Y así le sucedió.
Otón adquirió tan grande veneración y
tan plena confianza con su santa madre, que cuando se fue a Roma a que el Sumo
Pontífice lo coronara emperador, la dejó a ella encargada del gobierno de
Alemania.
Sus últimos años los pasó Matilde
dedicada a fundar conventos y a repartir limosnas a los pobres. Otón, que al
principio la criticaba diciendo que era demasiado repartidora de limosnas,
después al darse cuenta de la gran cantidad de bendiciones que se conseguían
con las limosnas, le dio amplia libertad para dar sin medida. Dios devolvía
siempre cien veces más.
Cuando Matilde cumplió sus 70 años se
dispuso a pasar a la eternidad y repartió entre los más necesitados todo lo que
tenía en sus habitaciones, y rodeada de sus hijos y de sus nietos, murió
santamente el 14 de marzo del año 968.
Matilde: reina santa y generosa: haz
que todas las mujeres del mundo que tienen altos puestos o bienes de fortuna,
sepan compartir sus bienes con los pobres con toda la generosidad posible, para
que así se ganen los premios del cielo con sus limosnas en la tierra.
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