San Juan Francisco Regis
predicador misionero
Año 1640
Cuando un sacerdote o un apóstol
muere
desgastado de tanto trabajar por
extender el reino de Dios,
ese día la Iglesia ha conseguido un
gran triunfo para la eternidad.
(San Juan Bosco)
El Papa Pío XII llegó a exclamar:
"Un predicador que merece muy bien ser llamado Patrono de las misiones
populares es San Francisco Regis".
Francisco nace en 1597 de familia
acaudalada en Narbona, Francia y a los 19 años empieza a no sentirse a gusto en
la vida mundana. Siente aversión por los placeres mundanales. Y súbitamente cae
en la cuenta de que la santidad no será conseguida por él si sigue viviendo
entre las gentes mundanas. Cerca de su ciudad había una abadía de monjes que lo
estimaban, pero a él le atraía más la Compañía de Jesús, porque los Jesuitas se
dedicaban más al apostolado entre el pueblo. Pidió ser admitido entre los
jesuitas y en su noviciado demostraba tal fervor que uno de sus compañeros
llegó a declarar: "Juan Francisco se humilla él mismo hasta el extremo,
pero demuestra por los demás un aprecio admirable".
Siendo estudiante, el compañero de
habitación lo acusó ante el superior diciéndole que Regis en vez de dormir lo
suficiente pasaba muchas horas rezando en la capilla. El Padre Rector le
respondió: "No le impidas sus devociones. No te opongas a sus comunicaciones
con Dios. a mi me parece que este joven es un santo y que un día nuestra
Comunidad celebrará una fiesta en su honor". Y esta respuesta resultó
profética.
A los 33 años fue ordenado de
sacerdote y al año siguiente lo destinaron a un trabajo que estaba muy de acuerdo
con sus aspiraciones y con su fuerte constitución física: dedicarse a predicar
misiones entre el pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus
compañeros exclamaban: "Juan Francisco hace el oficio de 5
misioneros". En 43 años de vida, 24 como religioso, diez como sacerdote y
9 como misionero popular, logró inmensos éxitos y tuvo el mismo calificativo en
todos los sitios donde estuvo predicando: "el santo".
A diferencia del estilo muy elegante
y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre Juan Francisco se
dedicó a predicar de manera extremadamente sencilla, con estilo directo, a
veces hasta rayando en demasiado ordinariote, pero que iba directamente al alma
y con una elocuencia y un fervor, que los pecadores no eran capaces de no
conmoverse al escucharle. Sus sermones atraían a las multitudes formadas por
católicos y herejes, gente buena y gente corrompida, pobres y ricos, sabios e
ignorantes. Le encantaba predicar a los pobres, pero decía que con sus sermones
había logrado convertir también a muchos ricos.
Los oyentes comentaban: "Este
padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que lo que está diciendo
lo estuviera viendo". Al escucharle se conmovían aun los corazones más
indiferentes. Un predicador de fama fue a escucharle, y después decía a sus
colegas: "El Padre Juan Francisco predica con extrema sencillez y
convierte pecadores por millares y nosotros que predicamos con tanta elegancia,
¿a quién logramos convertir?".
Otro testigo afirmaba: "Lo que a
mí me admira es que un hombre de tan pobre presencia, con su sotana llena de
remiendos, diciendo lo que todos dicen, sin adornos en su lenguaje, siendo a
veces tan duro en su hablar, tiene tan grande inspiración divina que uno no es
capaz de escucharle y seguir en paz con sus pecados".
Algunos doctores se dirigieron al
superior de los jesuitas diciéndole que el Padre Regis predicaba muy
burdamente. Que un modo de predicar así era un deshonrar la altísima dignidad
de predicador. Entonces el superior provincial se fue con su secretario a
escuchar un sermón del santo, mezclados entre el pueblo. El superior quedó tan
profundamente impresionado por su predicación, que les dijo a los acusadores:
"Ojalá quisiera Dios que todos los misioneros predicaran con toda unción
como este sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera en esta región,
no me perdería ni un solo sermón de este padre".
Un párroco afirmaba: "En mi
parroquia, después de una misión predicada por el Padre Juan Francisco, mis
parroquianos cambiaron de tal manera, que a mí me parecía que eran otras
personas".
El Sr. Obispo lo envió a misionar a
una región que durante 40 años había sido invadida por los calvinistas, y en la
cual la corrupción de costumbres era espantosa y el anticatolicismo era tan
feroz que el mismo Sr. Obispo no podía nunca aparecer por allí. Y el poder de
convicción del Padre Regis fue tan arrollador que las conversiones se obraron
por montones. Una de las más terribles calvinistas, al oír que el santo
sacerdote le preguntaba: "¿Y Ud. cuándo es que se va a convertir?",
sintió una fuerza de la gracia de Dios tan avasalladora, que le respondió:
"Pues, ¡me quiero convertir ahora mismo!", y en verdad que dejó su
mala vida pasada y empezó a vivir como una buena católica.
Como con sus predicaciones acababa
con muchos vicios, aquellos que vieron afectados con esto sus malos negocios,
lo acusaron con calumnias ante el Sr. Obispo y hasta en Roma. El padre sufrió
mucho con esto, pero afortunadamente Dios hizo que el secretario del obispo se
diera cuenta de las mentiras que le estaban inventando y le defendió ante
Monseñor, el cual escribió a Roma, hablando muy bien del gran misionero.
Mientras tanto el santo seguía
misionando por las regiones más apartadas y de más difícil acceso. Y las
multitudes lo seguían. Los campesinos se encontraban y el saludo que se daban
era: "Vamos a escuchar al santo". Y en las ciudades, los templos se
llenaban hasta más no poder, y los feligreses repetían: - Vayamos a oír al
santo.
A muchísimas mujeres las sacó de la
vida corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa. Los vicios que
convirtió fueron incontables.
A las tres de la madrugada estaba
levantado. Pasaba la mañana confesando y predicando y la tarde consiguiendo
ayuda para los pobres. Muchas veces se olvidaba de comer.
A dos ciegos les hizo recobrar la
vista. Con la imposición de las manos curó a muchos enfermos. Su despensa daba
y daba a los pobres y no se agotaba y el milagro más grande que conseguía era
convertir a los pecadores de su mala vida.
Se fue a predicar una misión a una
región terriblemente fría y apartada. Por el camino lo sorprendió una tempestad
de nieve que le impidió continuar el viaje y tuvo que pasar la noche en medio
de terrible ventarrón y en plena nieve. Y le sobrevino una pulmonía. Sin
embargo así de enfermo pronunció tres sermones el primer día de la misión y dos
el segundo día. Toda la mañana de este día la pasó confesando. En ayunas
celebró la misa a las dos de la tarde, y cuando se dirigió a su confesionario
para seguir su labor heroica, cayó desmayado.
Lo llevaron a la casa cural y poco
antes de morir exclamó: "Veo a Nuestro Señor y a su Santísima Madre que
preparan un sitio en el cielo para mí". Y luego exclamó: "Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu", y murió. Era el año 1640.
Al visitar el sepulcro de San Juan
Francisco Regis, se propuso después el joven San Juan Vianey, ser sacerdote,
costara lo que costara. Es que los ejemplos de su vida son admirables.
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