19 de Junio
San Romualdo
Fundador de los Camaldulenses Año
1027
Romualdo significa: glorioso en el
mando. El que gobierna con buena fama. (Rom: buena fama Uald: gobernar).
En un siglo en el que la relajación
de las costumbres era espantosa, Dios suscitó un hombre formidable que vino a
propagar un modo de vivir dedicado totalmente a la oración, a la soledad y a la
penitencia, San Romualdo.
San Romualdo nació en Ravena (Italia)
en el año 950. Era hijo de los duques que gobernaban esa ciudad.
Educado según las costumbres
mundanas, su vida fue durante varios años bastante descuidada, dejándose
arrastrar hacia los placeres y siendo víctima y esclavo de sus pasiones. Sin
embargo de vez en cuando experimentaba fuertes inquietudes y serios
remordimientos de conciencia, a los que seguían buenos deseos de enmendarse y
propósito de volverse mejor. A veces cuando se internaba de cacería en los
montes, exclamaba: "Dichosos los ermitaños que se alejan del mundo a estas
soledades, donde las malas costumbres y los malos ejemplos no los
esclavizan".
Su padre era un hombre de mundo, muy
agresivo, y un día desafió a pelear en duelo con un enemigo. Y se llevó de
testigo a su hijo Romualdo. Y sucedió que el papá mató al adversario.
Horrorizado ante este triste espectáculo, Romualdo huyó a la soledad de una
montaña y allá se encontró con un monasterio de benedictinos, y estuvo tres
años rezando y haciendo penitencia. El superior del convento no quería
recibirlo de monje porque tenía miedo de las venganzas del padre del joven, el
Duque de Ravena. Pero el Sr. Arzobispo hizo de intermediario y Romualdo fue admitido
como un monje benedictino.
Y le sucedió entonces al joven monje
que se dedicó con tan grande fervor a orar y hacer penitencia, que los demás
religiosos que eran bastante relajados, se sentían muy mal comparando su vida
con la de este recién llegado, que hasta se atrevía a corregirlos por su
conducta algo indebida y le pidieron al superior que lo alejara del convento,
porque no se sentían muy bien con él. Y entonces Romualdo se fue a vivir en la
soledad de una montaña, dedicado sólo a orar, meditar y hacer penitencia.
En la soledad se encontró con un
monje sumamente rudo y áspero, llamado Marino, pero éste con sus modos fuertes
logró que nuestro santo hiciera muy notorios progresos en su vida de penitencia
en poco tiempo. Y entre Marino y Romualdo lograron dos notables conversiones:
la del Jefe civil y militar de Venecia, el Dux de Venecia (que más tarde se
llamará San Pedro Urseolo) que se fue a dedicarse a la vida de oración en la
soledad; y el mismo papá de Romualdo que arrepentido de su antigua vida de
pecado se fue a reparar sus maldades en un convento. Este Duque de Ravena
después sintió la tentación de salirse del convento y devolverse al mundo, pero
su hijo fue y logró convencerlo, y así se estuvo de monje hasta su muerte.
Durante 30 años San Romualdo fue
fundando en uno y otro sitio de Italia conventos donde los pecadores pudieran
hacer penitencia de sus pecados, en total soledad, en silencio completo y
apartado del mundo y de sus maldades.
El por su cuenta se esforzaba por
llevar una vida de soledad, penitencia y silencio de manera impresionante, como
penitencia por sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores. Leía
y leía vidas de santos y se esmeraba por imitarlos en aquellas cualidades y
virtudes en las que más sobresalió cada uno. Comía poquísimo y dedicaba muy
pocas horas al sueño. Rezaba y meditaba, hacía penitencia, día y noche.
Y entonces, cuando mayor paz podía
esperar para su alma, llegaron terribles tentaciones de impureza. La
imaginación le presentaba con toda viveza los más sensuales gozos del mundo,
invitándolo a dejar esa vida de sacrificio y a dedicarse a gozar de los
placeres mundanos. Luego el diablo le traía las molestas y desanimadoras
tentaciones de desaliento, haciéndole ver que toda esa vida de oración, silencio
y penitencia, era una inutilidad que de nada le iba a servir. Por la noche, con
imágenes feas y espantosas, el enemigo del alma se esforzaba por obtener que no
se dedicara más a tan heroica vida de santificación. Pero Romualdo redoblaba
sus oraciones, sus meditaciones y penitencias, hasta que al fin un día, en
medio de los más horrorosos ataques diabólicos, exclamó emocionado: "Jesús
misericordioso, ten compasión de mí", y al oír esto, el demonio huyó
rápidamente y la paz y la tranquilidad volvieron al alma del santo.
Volvió otra vez al monasterio de
Ravena (del cual lo habían echado por demasiado cumplidor) y sucedió que vino
un rico a darle una gran limosna. Sabiendo Romualdo que había otros monasterios
mucho más pobres que el de Ravena, fue y les repartió entre aquellos toda la
limosna recibida. Eso hizo que los monjes de aquel monasterio se le declararan
en contra (ya estaban cansados de verlo tan demasiado exacto en penitencias y
oraciones y en silencio) y lo azotaron y lo expulsaron de allí. Pero sucedió
que en esos días llegó a esa ciudad el Emperador Otón III y conociendo la gran
santidad de este monje lo nombró abad, Superior de tal convento. Los otros
tuvieron que obedecerle, pero a los dos años de estar de superior se dio cuenta
que aquellos señores no lograrían conseguir el grado de santidad que él
aspiraba obtener de sus religiosos y renunció al cargo y se fue a fundar en
otro sitio.
Dios le tenía reservado un lugar para
que fundara una Comunidad como él la deseaba. Un señor llamado Málduli había
obsequiado una finca, en región montañosa y apartada, llamada campo de Málduli,
y allí fundo el santo su nueva comunidad que se llamó
"Camaldulenses", o sea, religiosos del Campo de Málduli.
En una visión vio una escalera por la
cual sus discípulos subían al cielo, vestidos de blanco. Desde entonces cambió
el antiguo hábito negro de sus religiosos, por un hábito blanco.
San Romualdo hizo numerosos milagros,
pero se esforzaba porque se mantuviera siempre ignorado en nombre del que los
había conseguido del cielo.
Un día un rico al ver que al hombre
de Dios ya anciano le costaba mucho andar de pie, le obsequió un hermoso
caballo, pero el santo lo cambió por un burro, diciendo que viajando en un
asnillo podía imitar mejor a Nuestro Señor.
En el monasterio de la Camáldula sí
obtuvo que sus religiosos observaran la vida religiosa con toda la exactitud
que él siempre había deseado. Y desde el año 1012 existen monasterios
Camaldulenses en diversas regiones del mundo. Observan perpetuo silencio y
dedican bastantes horas del día a la oración y a la meditación. Son monasterios
donde la santidad se enseña, se aprende y se practica.
San Romualdo deseaba mucho derramar
su sangre por defender la religión de Cristo, y sabiendo que en Hungría mataban
a los misioneros dispuso irse para allá a misionar. Pero cada vez que emprendía
el viaje, se enfermaba. Entonces comprendió que la voluntad de Dios no era que
se fuera por allá a buscar martirios, sino que se hiciera santo allí con sus
monjes, orando, meditando, y haciendo penitencia y enseñando a otros a la
santidad.
Veinte años antes el santo había
profetizado la fecha de su muerte. Los últimos años frecuentemente era
arrebatado a un estado tan alto de contemplación que lleno de emoción, e
invadido de amor hacia Dios exclamaba: "Amado Cristo Jesús, ¡tú eres el
consuelo más grande que existe para tus amigos!". Adonde quiera que
llegaba se construía una celda con un altar y luego se encerraba, impidiendo la
entrada allí de toda persona. Estaba dedicado a orar y a meditar.
La última noche de su existencia
terrenal, fueron dos monjes a visitarlo por que se sentía muy débil. Después de
un rato mandó a los dos religiosos que se retiraran y que volvieran a la
madrugada a rezar con él los salmos. Ellos salieron, pero presintiendo que
aquel gran santo se pudiera morir muy pronto se quedaron escondidos detrás de
la puerta. Después de un rato se pusieron a escuchar atentamente y al no
percibir adentro ni el más mínimo ruido ni movimiento, convencidos de lo que
podía haber sucedido empujaron la puerta, encendieron la luz y encontraron el
santo cadáver que yacía boca arriba, después de que su alma había volado al
cielo. Era un amigo más que Cristo Jesús se llevaba a su Reino Celestial.
Todos estos datos los hemos tomado de
la Biografía de San Romualdo, que escribió San Pedro Damián, otro santo de ese
tiempo.
Al recordar los hechos heroicos de
este gran penitente y contemplativo se sienten ganas de repetir las palabras
que decía San Grignon de Monfort: "Ante estos campeones de la santidad,
nosotros somos unos pollos mojados y unos burros muertos".
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