Santos
protomártires de la Santa Iglesia Romana
En la
primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón,
después del incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos
sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos. Este hecho está atestiguado
por el escritor pagano Tácito (Annales, 15, 44) y por Clemente, obispo de Roma,
en su carta a los Corintios (caps. 5-6).
Habiendo
sufrido por envidia, se han convertido en un magnífico ejemplo
De la carta
de san Clemente I, papa, a los Corintios
Dejemos el
ejemplo de los antiguos y vengamos a considerar los luchadores más cercanos a
nosotros; expongamos los ejemplos de magnanimidad que han tenido lugar en
nuestros tiempos. Aquellos que eran las máximas y más legítimas columnas de la
Iglesia sufrieron persecución por emulación y por envidia y lucharon hasta la
muerte.
Pongamos
ante nuestros ojos a los santos apóstoles. A Pedro, que, por una hostil
emulación, tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades,
hasta sufrir el martirio y llegar así a la posesión de la gloria merecida. Esta
misma envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la
paciencia: en repetidas ocasiones, fue encarcelado, obligado a huir, apedreado
y, habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y en el
Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después de haber enseñado a
todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo
Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades y, de este modo,
partió de este mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo perfecto de
paciencia.
A estos
hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de
elegidos que, habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos también por
emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo. Por envidia
fueron perseguidas muchas mujeres que, cual nuevas Danaides y Dirces, sufriendo
graves y nefandos suplicios, corrieron hasta el fin la ardua carrera de la fe
y, superando la fragilidad de su sexo, obtuvieron un premio memorable. La
envidia de los perseguidores hizo que los ánimos de las esposas se retrajesen
de sus maridos, trastornando así aquella afirmación de nuestro padre Adán:
¡Ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! La emulación y la
rivalidad destruyó grandes ciudades e hizo desaparecer totalmente poblaciones
numerosas.
Todo esto,
carísimos, os lo escribimos no sólo para recordaros vuestra obligación, sino
también para recordarnos la nuestra, ya que todos nos hallamos en la misma
palestra y tenemos que luchar el mismo combate. Por esto, debemos abandonar las
preocupaciones inútiles y vanas y poner toda nuestra atención en la gloriosa y
venerable regla de nuestra tradición, para que veamos qué es lo que complace y
agrada a nuestro Hacedor.
Fijémonos
atentamente en la sangre de Cristo y démonos cuenta de cuán valiosa es a los
ojos de Dios y Padre suyo, ya que, derramada por nuestra salvación, ofreció
todo el mundo la gracia de la conversión
Oración
Señor, Dios
nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre
abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda
el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por nuestro Señor
Jesucristo.
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