1. "Os he llamado amigos, porque os he
manifestado todo lo que he oído a mi Padre. No me habéis elegido vosotros a mí,
soy yo quien os he elegido y os he destinado a que os pongáis en camino y deis
fruto, y un fruto que dure" (Jn 15,15).
Jesús entrega su amistad y pide la nuestra. Ha
dejado de ser el Maestro para convertirse en amigo. Escuchad como dice:
Vosotros sois mis amigos... No os llamo siervos, os llamo amigos, porque todo
lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer
En aras de esa
amistad, que es entrañable, que es verdadera y
ardorosa, desea atajar a los que aún pudieran no hacerle caso. "No sois
vosotros -les dice- los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido".
Es un compañero deseoso de salvar, de alegrar y de
llenar de paz a sus amigos. "Os he hablado para que mi alegría esté en
vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud". El Maestro está con los
brazos abiertos de la amistad tendidos hacia nosotros. Y con la alegría como
promesa y como ofrenda. Nunca se ha visto un Dios igual. Camina ahora mismo y
por cualquier calle. Por la acera de tu casa, seguro. Y está diciendo que es
amigo tuyo, que te quiere igual que a su Padre y que desea llenarte de alegría.
Lo va repitiendo al paso, según se acerca a tu puerta (ARL BREMEN).
2. Por lo mismo que Dios ama, creó el mundo: ¡Cuánta
maravilla, cuánta belleza!:"¡Oh montes y espesuras,plantados por la mano
del Amado!,¡oh, prado de verduras de flores esmaltado!,decid si por vosotros ha
pasado" (San Juan de la Cruz)Creó los hombres. Los hombres desobedecieron
y pecaron. (Gén 3,9). El pecado es un desequilibrio, un desorden, como un ojo
monstruoso fuera de su órbita, como un hueso fuera de su sitio, buscando el
placer, la satisfacción del egoísmo, de la soberbia. Como un sol que se sale del
camino buscando su independencia. Frustraron el camino y la meta de la
felicidad. De ahí nace la necesidad de la expiación, del sufrimiento, del
dolor, por amor, para restablecer el equilibrio y el orden. Dios envía una
Persona divina, su Hijo, a "aplastar la cabeza de la serpiente",
haciéndose hombre para que ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el
Corazón abierto.
3. Ese Hombre Dios, el Siervo de Yahvé, que,
"desfigurado no parecía hombre, como raíz en tierra árida, si figura, sin
belleza, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido de Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, como
cordero llevado al matadero" Isaías 52,13, inicia la redención de los
hombres, sus hermanos. Él es la Cabeza, a la cual quiere unir a todos los
hombres, que convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y al
Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con El de toda la
humanidad.
El Padre, cuya voluntad ha venido a cumplir, lo ha
constituido Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción del Espíritu
Santo, y determinando, en su designio salifico, perpetuar en la Iglesia su
único sacerdocio. Para eso, antes de morir, elige a unos hombres para que, en
virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen su palabra, perdonen los
pecados y renueven su propio sacrificio, en beneficio y servicio de sus
hermanos.
"Él no sólo ha conferido el honor del
sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha
elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos,
participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de
la redención, y preparan a sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo santo
se reúne en su amor, se alimenta con su palabra y se fortalece con sus
sacramentos. Sus sacerdotes, al entregar su vida por él y por la salvación de
los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio constante de
fidelidad y amor" (Prefacio).
4. Por eso, si los cristianos debemos tomar nuestra
cruz, los sacerdotes, más, por más configurados con Cristo, con sus mismos
poderes. Los sacerdotes de la Antigua Alianza sacrificaban en el altar
animales, pero no se sacrificaban ellos. Los sacerdotes nos hemos de inmolar
porque Cristo se inmoló a sí mismo. Hemos de ser como él, sacerdotes y
víctimas, porque nuestro sacerdocio es el suyo.
5. Una idea infantil del cristiano, que se acomoda al
mundo, una mentalidad inmadura del sacerdote, lo hace un funcionario. De ahí
surgen consecuencias de carrierismo, al estilo del mundo, excelencias, trajes
de colores, que obnubilan el sentido sustancial del sacerdote-víctima, que
conducen a la esterilidad, y contradicen la misión: "para que os pongáis
en camino y deis fruto que dure". El fruto que dura es el de la
conversión, la santidad, que permanecerá eternamente. Os he puesto en la
corriente de la gracia, os planté para que vayáis voluntariamente y con las
obras deis fruto. Y precisa cuál sea el fruto que deban dar: "Y vuestro
fruto dure".
Todo lo que trabajamos por este mundo apenas dura
hasta la muerte, pues la muerte, interponiéndose, corta el fruto de nuestro
trabajo. Pero lo que se hace por la vida eterna perdura aun después de la
muerte, y entonces comienza a aparecer, cuando desaparece el fruto de las obras
de la carne. Principia, pues, la retribución sobrenatural donde termina la
natural. Por tanto, quien ya tiene conocimiento de lo eterno tenga en su alma
por viles las ganancias temporales.
Así pues, demos tales frutos que perduren,
produzcamos frutos tales que cuando la muerte acabe con todo, ellos comiencen
con la muerte, pues después que pasan por la muerte es cuando los amigos de
Dios encuentran la herencia (San Gregorio Magno).
6. Después de la "conversión" de
Constantino, el clero eclesiástico hizo su entrada en este mundo, corrió serio
peligro de perder su propia naturaleza, que no consiste en el poder, sino en el
servicio. Además, entró en competencia con el poder secular al aparecer en la
escena de la historia política. Este encuentro y confrontación con la jerarquía
civil condujo no sólo a una ampliación político-social de las tareas
apostólicas, sino que también oscureció el aspecto colegial del servicio de la
Iglesia.
Ha dicho el Cardenal Lustiger, arzobispo de París:
"Ya sé que Napoleón identificó al obispo con los prefectos y con los
generales, pero yo me había sensibilizado mucho contra la Iglesia como sistema
de promoción y de poder, y determiné que nunca me metería en situaciones que
favorecieran la promoción".
7. En el curso del siglo XI comienza la teología
medieval a distinguir claramente, en la elaboración del tratado de sacramentos,
entre el Orden y la dignidad, y puso de relieve la sacramentalidad del Orden de
la Iglesia. A partir de entonces se designa esencialmente como Orden el
sacramento que confiere el poder de celebrar la eucaristía.
8. Aunque el lenguaje de la Curia romana imprimió su
sello a la tradición cristiana, la ordenación no fue considerada nunca como un
simple acceso a una dignidad y como transmisión de unos poderes jurídicos y
litúrgicos, pues siempre se confirió mediante un rito, porque la ordenación es
un acto sacramental que transmite una gracia de santificación; los llamados son
tomados del mundo y consagrados al servicio de Dios, son separados para atender
a su misión especial.
El obispo, el sacerdote, el diácono no tienen de
suyo nada del sacerdote romano, que era un funcionario del culto público,
poseía cierto rango y tenía que realizar determinados actos. El
"sacerdocio" cristiano pertenece a otro orden; no es primariamente "religioso"
ni cultual, sino carismático; es el ordo de los que han recibido el espíritu y,
en virtud de su orden, están habilitados para continuar la obra de los
apóstoles.
Las jerarquías del ministerio aparecen en los
escritos de los Padres de la Iglesia, no tanto como títulos que conceden
ciertos derechos, sino más bien como tareas que ciertos hombres llamados a
edificar el cuerpo de Cristo toman sobre sí, a veces incluso contra su propia
voluntad.
9. El Orden sacramental es una dimensión esencial
para la Iglesia, y por eso fue incluido entre los sacramentos. Si se quiere
comprender el sentido y la función de este "sacramento" particular en
lugar de atribuir el sacerdocio cristiano y toda la jerarquía de la Iglesia a
un único acto de institución, como hizo el Concilio de Trento, parece que está
más en consonancia con la Sagrada Escritura y la realidad de las cosas partir
de la Iglesia como "sacramento original".
De esta forma no nos exponemos al peligro de
separar el orden de la Iglesia histórica para colocarlo en cierto modo por
encima de ella, pues es un sacramento esencial para la existencia de la Iglesia
y en el que ésta se actualiza.
10. El desdoblamiento del ordo en varios grados y la
introducción de diversas ordenaciones están tan relacionados con la historia de
la Iglesia como con la Escritura. Son producto de un desarrollo, y, en
definitiva, la cuestión de si se ha de hablar de un único sacramento del orden
o de si el episcopado y el presbiterado constituyen sacramentos diversos es más
una cuestión terminológica y teológica que dogmática.
Las funciones del obispo y las del sacerdote, las
funciones del sacerdote y las del diácono, no están delimitadas entre sí de
forma absoluta; las funciones respectivas son asignadas por el derecho, pero
este derecho no es un todo inmutable. La validez de las ordenaciones depende de
la actuación de la Iglesia tomada en su totalidad, y no del acto sacramental
considerado aisladamente. La validez o no validez de una ordenación no es algo
que se pueda determinar tomando como base el rito, con independencia del marco
general de la misma.
11. La estructura del ministerio eclesial se puede
considerar, igual que el canon de la Escritura y el número septenario de los
sacramentos, como el resultado de un desarrollo. Desarrollo que se produjo
todavía en tiempo de los apóstoles; por eso ha conservado en la tradición de la
Iglesia el carácter de algo que existe por necesidad jurídica. En la Iglesia
tendrá que haber siempre un "ministerio para velar", un
"presbiterado" y una "diaconía".
Sin embargo, las expresiones concretas de esta
estructura esencial pueden cambiar con el tiempo y de hecho han cambiado; más
aún, tienen que cambiar por razón del carácter forzosamente limitado de las
diversas expresiones históricas del ministerio y de la obligación que éste
tiene de asemejarse constantemente a su modelo, Cristo.
12. Lo mismo que Dios concedió el espíritu de profecía
a los setenta ancianos que había llamado Moisés a participar con él en el
gobierno del pueblo, así también comunica a los sacerdotes el Espíritu Santo
para que se asocien al ministerio de los obispos. El presbítero colabora con el
obispo en la totalidad de sus funciones de gobierno de la Iglesia.
Las funciones del presbítero tienen una íntima
conexión con el ofrecimiento de la eucaristía. Por eso la función del
presbítero en la Iglesia ha de entenderse partiendo de la Cena y de las
palabras de Cristo, que mandó a los apóstoles hacer "en memoria de él lo
mismo que él había hecho" (1 Cor 11). Por eso defendió el Concilio de
Trento este aspecto básico del ministerio sacerdotal.
El Concilio Vaticano II añade: "Los
presbíteros ejercitan su oficio sagrado sobre todo en el culto eucarístico o
comunión, en donde, representando la persona de Cristo, el sacerdote es al
mismo tiempo presidente de la celebración eucarística, él ofrece el sacrificio
in nómine Ecclesiae o, en persona Ecclesiae y consagrante, sacrificador, y como
tal ya no actúa meramente in persona Ecclesiae, sino in persona Christi y
proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su
Cabeza, Cristo, representando y aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la
venida del Señor (1 Cor 11,26), el único sacrificio del Nuevo Testamento, a
saber: el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada
(Heb 9,11-28)".
13. El sacerdote nos introduce en la memoria del
Señor, no sólo en su pascua, sino en el misterio de toda su obra, desde su
bautismo hasta su pascua en la cruz. Él exhorta a la asamblea de los creyentes
a vivir en sintonía con el sacrificio de la cruz, que ésta vuelve a vivir en el
presente en espera de su consumación definitiva. Por eso el ministerio del
sacerdote no se puede limitar a la celebración de un rito; compromete toda la
vida y se desarrolla de acuerdo con todo el orden sacramental.
14. Pero no sería fiel a la tradición quien
pretendiera defender que las funciones del sacerdote son de naturaleza
estrictamente sacramental y cultural. También es función del sacerdote
proclamar la palabra de Dios. La misma Cena, en la que el Señor llama a su
sangre "sangre de la alianza", lo pone de manifiesto, pues no hay
ningún rito de alianza sin una proclamación de la palabra de Dios a los
hombres. El acontecimiento de la alianza es al mismo tiempo acción y palabra.
Esta relación aparece todavía más clara cuando se
parte de la base de que eucaristía (1 Cor 11,24) no significa tanto una
"acción de gracias" en el sentido actual de esta expresión, cuanto
una clara y gozosa proclamación de las "maravillas de Dios", de sus
hechos salvíficos. Cuando Jesús declara: "Cada vez que coméis de ese pan y
bebéis de esa copa proclamáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva" (1
Cor 11,26), su acto de bendición ritual tiene también el sentido de una
proclamación de la palabra de Dios.
El ministerio de ofrecer la eucaristía ratifica y
complementa simplemente una proclamación de la palabra, que va desde el kerigma
inicial hasta la catequesis y la misma celebración litúrgica. Predicar,
bautizar y celebrar la eucaristía son las funciones esenciales del sacerdote.
Sin embargo, dentro del presbiterio dichas
funciones pueden estar distribuidas distintamente, según que unos se dediquen
más a tareas misioneras y otros a la acción pastoral dentro de la comunidad
reunida (Mysterium Salutis). Predicar y enseñar, de otra manera, ¿cómo podrán
hacer y administrar los sacramentos con provecho y eficacia salvadores?
15. El sacerdocio hoy está bastante desvalorizado. Las
cosas poco prácticas no se cotizan. Esta generación consumista sólo tiene ojos
para sus intereses. Ha perdido el sentido de la gratuidad. Un beso y una
sonrisa no sirven para nada, pero los necesitamos mucho. Un jardín no es un
negocio, pero necesitamos su belleza. Cultivar patatas y cebollas es más
productivo, pero los rosales y las azucenas son necesarios.
16. El sacerdote sirve. Siempre está sirviendo. Es
necesario como la escoba para que esté limpia la casa. Pero a nadie se le
ocurre poner la escoba en la vitrina. El sacerdote perdona los pecados, es
instrumento de la misericordia de Dios. En un mundo lleno de rencores y
envidias, el sacerdote es portador del perdón. Está siempre dispuesto a recibir
confidencias, descargar conciencias, aliviar desequilibrios, a sembrar
confianza y paz.
El sacerdote ilumina. Cuando nos movemos a ras de
tierra, nos señala el cielo. Cuando nos quedamos en la superficie de las cosas,
nos descubre a Dios en el fondo. El sacerdote intercede. Amansa a Dios, le hace
propicio, le da gracias, da a Dios el culto debido. Impetra sus dones.
El sacerdote ama. Ha reservado su corazón para ser
para todos. El sacerdote es antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e
ilumina. El sacerdote hace presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida.
Es el alma del mundo. Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No
hace cosas sino santos.
Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes
difícilmente lo seremos. Es grano de trigo que si muere da mucho fruto. Nada
hay en la Iglesia mejor que un sacerdote. Sí lo hay: dos sacerdotes. Por eso
hemos de pedir al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies (Mt 9,38).
17. "No
me habéis elegido vosotros a mí, os he elegido yo a vosotros". La elección
indica siempre predilección. Si voy a un jardín, miro y remiro: tallo, capullo,
color, aguante...Elijo, corto y me la llevo. Pero sé que yo no podré ni cambiar
el color, ni darles más resistencia, ni aumentarles la belleza.
Cuando Dios elige, elige a través de su Verbo:
"Por Él fueron creadas todas las cosas". Cuando un joven elige a su
novia, es él quien elige. Si eligiesen sus padres u otros, probablemente
saldría mal. Cuando Dios elige esposa, respeta a su Hijo, que se ha desposar
con ella. Cuando Dios elige ministros suyos, deja a su Verbo la elección.
Porque han de continuar sus mismos misterios.
Parece que el Señor tendrá sus preferencias. Contando
con que siempre puede rectificar y enderezar, romper el cántaro y rehacerlo, y
purificar, es verosímil que cuente con lo que ya hay en las naturalezas,
creadas por El: "Omnia per ipso facta sunt".
Una de las primeras cualidades que parece buscará
será la docilidad. Docilidad que casi siempre es crucificante. Otra, será la
sencillez: "Si no os hacéis como niños"... Manifestarse sin
hipocresía, con naturalidad.
"Vosotros sois mis amigos." ¡Cuánta es
la misericordia de nuestro Creador! ¡No somos dignos de ser siervos y nos llama
amigos! ¡Qué honor para los hombres: ser amigos de Dios! Pero ya que habéis
oído la gloria de la dignidad, oíd también a costa de qué se gana: "Si
hacéis lo que yo os mando." Alegraos de la dignidad, pero pensad a costa
de qué trabajos se llega a tal dignidad.
En efecto, los amigos elegidos de Dios doman su
carne, fortalecen su espíritu, vencen a los demonios, brillan en virtudes,
menosprecian lo presente y predican con obras y con palabras la patria eterna;
además, la aman más que a la vida; pueden ser llevados a la muerte, pero no
doblegados.
Considere, pues, cada uno si ha llegado a esta
dignidad de ser llamado amigo de Dios, y si así es no atribuya a sus méritos
los dones que encuentre en él, no sea que venga a caer en la enemistad. Por eso
añadió el Señor: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí
a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto".