San
Nereo y Aquiles
Etimológicamente
significan “me pertenece y fuerza”. Vienen del vasco y del griego.
Le tocaron a estos dos jóvenes, que
vivieron durante el emperador Diocleciano, momentos malos. Había crecido el
cristianismo como una flor que se abre en la primavera para dar belleza a
cuantos la contemplan.
Ellos eran dos flores cristianas en
medio de un jardín en el que sólo florecían las espadas, la sangre y la guerra.
Desertar del ejército era un castigo
tan grave que merecía la pena de muerte inmediata.
El dilema que se les presentaba no era
nada fácil. Por supuesto, si renegaban de su fe y adoraban a los ídolos, se
libraban de la muerte. Pero, ¿quién hace esto una vez que el amor de Dios ha
prendido en ellos como una hoguera?
Hay esta tradición: Ellos fueron dos
soldados que sufrieron el martirio por defender su fe en Cristo Jesús.
Y también existe esta otra. Eran dos
eunucos a los que había convertido san Pedro y que trabajaron en casa de
Domitila, sobrina del cónsul Flavio Clemente.
Cumplían perfectamente con su deber y,
además, se les veía como dos jóvenes fervorosos haciendo sus oraciones al Dios
de los cristianos.
Eran comunicadores natos de la Palabra
de Dios. En ese ambiente le aconsejaron a la chica que se mantuviera virgen por
al Señor.
El emperador, al enterarse de lo que le
había ocurrido a la joven y de que ellos eran cristiano, los desterró a
una isla.
Allí malvivieron hasta que el hambre y
la miseria los llevó a la muerte.
Todo parece una leyenda. Y sin embargo,
cuando se encontraron las tumbas en el cementerio de Domitila, todos
están de acuerdo en afirmar que fueron dos soldados martirizados en los
primeros siglos del cristianismo.
Son dos mártires genuinamente romanos,
que dejaron la milicia del Emperador para alistarse en la de Cristo.
Murieron en la persecuación de
Diocleciano.
Sobre su sepulcro se edificó una
basílica en el cementerio de Domitila, junto a la vía Ardeatina. (Nuevo Misal
del Vaticano II)
Santos Nereo y Aquileo, mártires, los
cuales, según refiere el papa san Dámaso, eran dos jóvenes que se habían
enrolado en el ejército y que, arrastrados por el miedo, estaban dispuestos a
obedecer
las órdenes impías del magistrado, pero después de convertirse al Dios verdadero dejaron el ejército, arrojando sus escudos, armas y uniformes, contentos de su triunfo como confesores de Cristo. Sus
cuerpos fueron sepultados en este día en el cementerio de Domitila,
situado en la vía Ardeatina de Roma (s. III ex.). (Martirologio Romano)
las órdenes impías del magistrado, pero después de convertirse al Dios verdadero dejaron el ejército, arrojando sus escudos, armas y uniformes, contentos de su triunfo como confesores de Cristo. Sus
cuerpos fueron sepultados en este día en el cementerio de Domitila,
situado en la vía Ardeatina de Roma (s. III ex.). (Martirologio Romano)
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