San
Francisco Javier
Misionero
Año 1552
Francisco
Javier: maravilloso misionero;
pídele a
Dios que conceda un espíritu como el tuyo
a todos los
misioneros del mundo.
Piensa en el
final de tu vida y evitarás
muchos pecados (S. Biblia Ecl. 7, 36).
El Papa Pío X nombró a San Francisco
Javier como Patrono de todos los misioneros porque fue si duda uno de los
misioneros más grandes que han existido. Ha sido llamado: "El gigante de
la historia de las misiones". La oración del día de su fiesta dice así:
"Señor, tú has querido que varias naciones llegaran al conocimiento de la
verdadera religión por medio de la predicación de San Francisco
Javier...". Esto es un gran elogio.
Empezó a ser misionero a los 35 años
y murió de sólo 46. En once años recorrió la India (país inmenso), el Japón y
varios países más. Su deseo de ir a Japón era tan grande que exclamaba:
"si no consigo barco, iré nadando". Fue un verdadero héroe misional.
Francisco nació cerca de Pamplona
(España) en el castillo de Javier, en el año 1506. Era de familia que había
sido rica, pero que a causa de las guerras había venido a menos. Desde muy
joven tenía grandes deseos de sobresalir y de triunfar en la vida, y era
despierto y de excelentes cualidades para los estudios. Dios lo hará sobresalir
pero en santidad.
Fue enviado a estudiar a la
Universidad de París, y allá se encontró con San Ignacio de Loyola, el cual se
le hizo muy amigo y empezó a repetirle la famosa frase de Jesucristo: "¿De
qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?"
Este pensamiento lo fue liberando de sus ambiciones mundanas y de sus deseos de
orgullo y vanidad, y lo fue encaminando hacia la vida espiritual. Aquí se
cumplió a la letra la frase del Libro del Eclesiástico: "Encontrar un buen
amigo es como encontrarse un gran tesoro". La amistad con San Ignacio
transformó por completo a Javier.
Francisco fue uno de los siete
primeros religiosos con los cuales San Ignacio fundó la Compañía de Jesús o
Comunidad de Padres Jesuitas. Ordenado Sacerdote colaboró con San Ignacio y sus
compañeros en enseñar catecismo y predicar en Roma y otras ciudades.
El Sumo Pontífice pidió a San Ignacio
que enviara algunos jesuitas a misionar en la India. Fueron destinados otros
dos, pero la enfermedad les impidió marchar, y entonces el santo le pidió a
Javier que se quisiera embarcar para tan remotas tierras. Él obedeció
inmediatamente y emprendió el larguísimo viaje por el mar. En el barco
aprovechó esas interminables semanas, para catequizar lo más posible a los
marineros y viajeros. Con San Javier empezaron las misiones de los jesuitas.
Son impresionantes las distancias que
Francisco Javier recorrió en la India, Indostán, Japón y otras naciones. A pie,
solamente con el libro de oraciones, como único equipaje, enseñando, atendiendo
enfermos, obrando curaciones admirables, bautizando gentes por centenares y
millares, aprendiendo idiomas extraños, parecía no sentir cansancio. Por las
noches, después de pasar todo el día evangelizando y atendiendo a cuanta
persona le pedía su ayuda, llegaba junto al altar y de rodillas encomendaba a
Dios la salvación de esas almas que le había encomendado. Si el sueño lo
rendía, se acostaba un rato en el suelo junto al sagrario, y después de dormir
unas horas, seguía su oración. De vez en cuando exclamaba: "Basta Señor:
si me mandas tantos consuelos me vas a hacer morir de amor". Con razón su
palabra tenía efectos fulminantes para convertir. Era que llegaba precedida de
muchas oraciones y acompañada de costosos sacrificios. Algunas noches no era
capaz de levantar su mano derecha. Tan cansada estaba de tanto bautizar a los
que se habían convertido con sus predicaciones.
La gente lo consideraba un verdadero
santo y le llevaban sus enfermos para que los bendijera. Cuando se conseguían
curaciones milagrosas, él consideraba que esto se debía a otras causas y no a
su santidad, o a su poder de intercesión,
Desde 1510 Goa era una ciudad
portuguesa en la India. Y allá puso su centro de evangelización nuestro santo
(en esa ciudad se conservan ahora sus restos). A los portugueses se les había
olvidado que eran cristianos y lo único que les interesaba era enriquecerse y
divertirse. Así que tuvo el misionero que dedicarse con todas sus fuerzas y su
gran ascendiente a volver fervorosos otra vez a aquellos comerciantes sin
conciencia y sin escrúpulos (él decía en una de sus cartas: "estoy
aterrado de la variedad tan monstruosa de acciones que tienen estos hombres
para poder robar").
Empezó a ganarse la buena voluntad de
las gentes con su gran amabilidad (a uno de sus compañeros le escribía:
"hágase amar y así logrará influir en ellos. Si emplea la amabilidad y el
buen trato verá que consigue efectos admirables"). Estableció clases de
catecismo para niños y adultos. Popularizó la costumbre de confesarse y
comulgar. Enseñaba la religión por medio de hermosos cantos que los fieles
repetían con verdadero gusto.
Por 13 veces consecutivas hizo
larguísimos viajes por la nación enseñando la religión cristiana a esos paganos
que nunca habían oído hablar de ella. Los de las clases altas (los brahamanes)
no le hicieron caso, pero los de las clases populares se convertían por
montones. En cada región dejaba catequistas para que siguieran instruyendo a la
gente, y de vez en cuando les enviaba a algún jesuita para enfervorizarlos.
Esas gentes nunca habían oído hablar de Jesucristo ni de sus maravillosas
enseñanzas.
Francisco se esmeraba por asemejarse
lo más posible a la vida pobre de las gentes que le escuchaban. Comía como
ellos, simplemente arroz. En vez de bebidas finas sólo tomaba agua. Dormía en
una pobre choza, en el suelo. Se ganaba la simpatía de los niños y a ellos les
enseñaba las bellas historias de la S. Biblia, recomendándoles que cada uno las
contara en su propia casa, y así el mensaje de nuestra religión llegaba a
muchos sitios.
Visitó muchas islas y en cada una de
ellas enseñó la religión cristiana. Sus viajes eran penosos y sumamente duros,
pero escribía: "En medio de todas estas penalidades e incomodidades,
siento una alegría tan grande y un gozo tan intenso que los consuelos recibidos
no me dejan sentir el efecto de las duras condiciones materiales y de la guerra
que me hacen los enemigos de la religión". Podría repetir la frase de San
Pablo: "Sobreabundo en gozo en medio de mis tribulaciones".
Dispuso irse a misionar al Japón pero
resultó que allá lo despreciaban porque vestía muy pobremente (y en cambio en
la India lo veneraban por vestir como los pobres del pueblo). Entonces se dio
cuenta de que en Japón era necesario vestir con cierta elegancia. Se vistió de
embajador (y en realidad el rey de Portugal le había conferido el título de
embajador) y así con toda la pompa y elegancia, acompañado de un buen grupo de
servidores muy elegantes y con hermosos regalos se presentó ante el primer
mandatario. Al verlo así, lo recibieron muy bien y le dieron permiso para
evangelizar. Logró convertir bastantes japoneses, y se quedó maravillado de la
buena voluntad de esas gentes.
Su gran anhelo era poder misionar y
convertir a la gran nación china. Pero allá estaba prohibida la entrada a los
blancos de Europa. Al fin consiguió que el capitán de un barco lo llevara a la
isla desierta de San Cian, a 100 kilómetros de Hong – Kong, pero allí lo
dejaron abandonado, y se enfermó y consumido por la fiebre, en un rancho tan
maltrecho, que el viento entraba por todas partes, murió el tres de diciembre
de 1552, pronunciando el nombre de Jesús. Tenía sólo 46 años. A su entierro no
asistieron sino un catequista que lo asistía, un portugués y dos negros.
Cuando más tarde quisieron llevar sus
restos a Goa, encontraron su cuerpo incorrupto (y así se conserva). Francisco
Javier fue declarado santo por el Sumo Pontífice en 1622 (junto con Santa
Teresa, San Ignacio, San Felipe y San Isidro).
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