Santa
Catalina, mártir, que, según la tradición, fue una virgen de Alejandría dotada
tanto de agudo ingenio y sabiduría como de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se
venera piadosamente en el célebre monasterio del monte Sinaí.
Nada sabemos
con certeza histórica del lugar y fecha de su nacimiento. La historia nos tiene
velado el nombre de sus padres. Los datos de su muerte, según la
"passio", son tardíos y están pletóricos de elementos espureos. Por
esto, algún historiador ha llegado a pensar que quizá esta santa nunca haya
existido. Así, Catalina de Alejandría sería un personaje aleccionador salido de
la literatura para ilustrar la vida de los cristianos y estimularles en su
fidelidad a la fe. De todos modos es seguro que la fantasía ha rellenado los
huecos en el curso del tiempo.
Se la
presenta como una joven de extremada belleza y aún mayor inteligencia.
Perteneciente a una familia noble. Residente en Alejandría. Versada en los
conocimientos filosóficos de la época y buscadora incansable de la verdad.
Movida por la fe cristiana, se bautiza. Su vida está enmarcada en el siglo IV,
cuando Maximino Daia se ha hecho Augusto del Imperio de Oriente. Sí, le ha
tocado compartir el tiempo con este "hombre semibárbaro, fiera salvaje del
Danubio, que habían soltado en las cultas ciudades del Oriente", según lo
describe el padre Urbel, o, con términos de Lactancio, "el mundo para él
era un juguete". Recrimina al emperador su conducta y lo enmudece con sus
rectos razonamientos. Enfrentada con los sabios del imperio, descubre sus
sofismas e incluso se convierten después de la dialéctica bizantina. Aparece
como vencedora en la palestra de la razón y vencida por la fuerza de las armas
en el martirio de rueda con cuchillas que llegan a saltar hiriendo a sus
propios verdugos y por la espada que corta su cabeza de un tajo.
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