miércoles, 21 de octubre de 2015

SANTA BERTILA




SANTA BERTILA,
Abadesa

La ejemplarísima abadesa santa Bertila, fue francesa de nacimiento, e hija de padres muy no bles e ilustres, en el territorio de Soissons. Desde su niñez fue muy inclinada a toda piedad, y deseosa de toda virtud. Era en extremo retirada, modesta y sincera en su trato; huía de todo vano  entretenimiento, y de cualquier estorbo que la pudiese distraer de sus santos intentos de servir a Dios nuestro Señor, y de gozar de su dulce trato en la oración. Entrando en más años, anhelaba mayor perfección, y aunque en la casa de sus padres podía gozar de todos los bienes y gustos del mundo, lo hallaba todo tan sin jugo y sustancia, que generosamente se dio a buscar un solo y perfecto bien, en que hallase una satisfacción y paz cabal. Fue grande el cuidado que nuestro Señor tuvo de su sierva, y su divina y dulcísima disposición la guiaba por las seguras sendas de una vida santísima. Entendiendo, pues, sus padres, que estaba tocada de Dios, la llevaron al monasterio de Jouarre, que estaba a cuatro leguas de Meaux, en donde la abadesa santa Telchildes y todas sus monjas la recibieron con singulares muestras de gozo. Allí consagró a Dios todos sus adornos, despojóse de todos los vestidos de seda, de los anillos y joyas preciosas, se cortó las trenzas de sus hermosos cabellos, y trocó los atavíos mundanos por el hábito pobre de sierva de Jesucristo. Encendióse con una emulación santa y gene rosa en imitar a sus religiosas hermanas. No había acción virtuosa, que no tratase de copiar en sí misma, libando y convirtiendo en sí, como cuidadosa abeja, lo más precioso y escogido de cada flor. Servía a sus hermanas enfermas con dulcísima caridad en los oficios más humildes, enseñaba toda virtud a las niñas nobles que se educaban en el monasterio. Recibiendo a las personas que la visitaban, derramaba un perfume de santidad que parecía del cielo. Tenía el cargo de priora, cuando la esposa de Clodoveo reedificó la abadía de Chelles, y fue nombrada, con aprobación común, primera abadesa de aquel monasterio. Fueron muchas las señoras y doncellas ilustres que, por su ejemplo y conversación, se movieron a dejar las cosas del mundo y abrazarse con la pobreza y humildad de Jesucristo; y entre otras princesas extranjeras, tomó el hábito de su mano, Hereswita, reina de los ingleses orientales, y más tarde también Batilde, viuda de Clodoveo II. Finalmente, habiendo gobernado santísimamente aquel monasterio por espacio de cuarenta y seis años, y llegado a una ancianidad venerable por los méritos y los días, entre tiernas lágrimas de todas sus hijas, y abrazada a una imagen de su Redentor crucificado, entregó su espíritu en las manos de Dios.

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